Bueno, aquí os traigo una curiosidad, de la que solo voy a traducir este capítulo en principio,que os voy a traducir entera, salida de la mente de Brandon Sanderson, y extraída de su propia página web (autor de Elantris y Nacidos de la bruma). Es su primera incursión en lo que él denomina «novela ligera para jóvenes». Está recomendado para edades de entre ocho y trece años… pero él mismo reconoce que preferiría decir de diez en adelante, ya que todos disfrutamos de leer algo más ligero entre las lecturas «serias». La lástima es que me parecería muy raro que nos trajeran esta saga… pero bueno, aquí tenéis el primer capítulo traducido para que catéis lo que es capaz de hacer.
Ahí estaba yo, atado a un altar hecho de enciclopedias obsoletas, a punto de ser sacrificado a los poderes de la oscuridad por una secta de malvados bibliotecarios. Como podréis imaginaros, este tipo de situación puede ser bastante perturbadora. Estar en este estilo de peligro hace cosas extrañas al cerebro, de hecho, a veces hace que una persona se pare y reflexione sobre su vida. Si nunca os habéis encontrado en una situación así, simplemente tendréis que aceptar mi palabra. Si, por otro lado, os habéis encontrado en una situación así, entonces probablemente estéis muertos, y no es muy posible que leáis esto. En mi caso, la cercanía a la muerte me hizo pensar acerca de mis padres. Era una idea extraña, ya que no había crecido con ellos. De hecho, hasta mi décimotercer cumpleaños, solo sabía en realidad una cosa sobre mis padres: tenían un extraño sentido del humor. ¿Por qué digo esto?, os preguntaréis. Bueno, veréis, mis padres me llamaron «Al». Casi siempre, este sería el diminutivo de «Alberto», que es un nombre bonito. De hecho, es probable que hayáis conocido a un Alberto o dos en vuestra vida, y es bastante posible que fueran tipos decentes. Pero si no lo eran, desde luego no era culpa de su nombre. Mi nombre no es Alberto.
«Al» también podría haber sido el diminutivo de «Alejandro», y ese tampoco me hubiese importado, ya que Alejandro es un gran nombre. Suena a realeza. Pero mi nombre no es Alejandro.
Estoy seguro de que podéis pensar en otros nombres de los que «Al» podría ser el diminutivo. Alfonso tiene un sonido muy agradable. Alan también habría sido aceptable, así como Alfred, aunque yo no tengo ninguna inclinación hacia la servidumbre. Mi nombre no es Alfonso, Alan ni Alfred. Tampoco es Alexander, Alton, Aldris o Alonzo. Mi nombre es Alcatraz. Alcatraz Smedry. Ahora, algunos de vosotros, Gentes del Reino Libre, podríais estar impresionados con mi nombre. Me alegro por vosotros, pero yo crecí en las Hushlands, en los mismísimos Estados Unidos. No sabía nada de los Oculators ni nada de eso, aunque sí sabía acerca de prisiones. Y así fue como me dí cuenta de que mis padres tenían, sin ninguna duda, un extraño sentido del humor. ¿Por qué llamarían si no a su hijo como la prisión más famosa de la historia de los Estados Unidos?
El día de mi décimotercer cumpleaños, recibí una segunda confirmación de que mis padres eran, sin duda, gente cruel. Fue el día que recibí, inesperadamente, por correo la única herencia que me habían dejado. Era una simple bolsa de arena. Me quedé en la puerta, mirando al paquete envuelto en mis manos, temblando mientras el cartero se alejaba. El paquete parecía viejo, las cuerdas que lo envolvían estaban deshilachadas y el papel de color marrón estaba desgastado. Dentro del paquete encontré una simple nota.
Alcatraz, decía. ¡Feliz décimotercer cumpleaños! Aquí tienes tu herencia, como se te prometió. Con amor, Mamá y Papá.
Bajo la nota, encontré la bolsa de arena. Era pequeña, tal vez del tamaño de un puño, y estaba llena de ordinaria arena marrón de playa. En ese momento, mi primer idea fue que el paquete era una broma. Habréis pensado lo mismo. Una cosa, sin embargo, me hizo detenerme. Dejé la caja, y alisé el papel de envolver arrugado. Un extremo del papel estaba cubierto con extraños garabatos, un poco parecidos a los que se hacen cuando una persona intenta hacer fluir la tinta de una pluma. Delante había letras. Parecía viejo y se había desgastado, casi ilegible en algunas partes, y sin embargo, mostraba acertadamente mi dirección. Una dirección en la que solo llevaba viviendo seis meses.
Imposible, pensé.
Entonces entré en mi casa y prendí fuego a la cocina. Ey, ya os había avisado de que no era una buena persona. Aquellos que me conocieron de pequeño nunca hubieran creído que sería reconocido como un héroe. «Heroico» era algo que simplemente no se me podía aplicar. La gente tampoco usaba palabras como «agradable» o «amigable» para describirme. Puede que usaran la palabra «listo», aunque creo que la palabra «astuto» hubiese sido más correcta. «Destructivo» era otra que oía habitualmente, aunque no me importaba. (No era realmente muy acertada). No. La gente nunca decía cosas buenas sobre mí. La gente buena no quema cocinas.
Sosteniendo aún el extraño paquete, entré en la casa de mis padres adoptivos y merodeé hacia la cocina, perdido en mis pensamientos. Era una cocina muy mona, moderna, con papel blanco en la pared y brillantes electrodomésticos de cromo. Cualquiera que entrase se daría cuenta inmediatamente de que era la cocina de alguien que se enorgullecía de sus habilidades culinarias. Dejé mi paquete en la mesa y después me moví hacia el fuego de la cocina. Si eres un habitante de Hushland, habrías pensado que al verme parecía un chico americano bastante normal, vestido con vaqueros sueltos y camiseta. Me han dicho que era un niño guapo, y algunos incluso decían que tenía una «cara inocente». No era demasiado alto, tenía el pelo de un color marrón oscuro, y era bastante habilidoso a la hora de romper cosas. Bastante habilidoso. Cuando era muy joven, los niños me llamaban torpe. Siempre rompía cosas: platos, cámaras, pollos. Parecía inevitable que cualquier cosa que cogiera acabara soltándola, agrietándola o estropeándola de alguna otra manera. No es el talento más inspirador que un joven ha tenido nunca, lo sé. Sin embargo, hacía todo lo que podía a pesar de ello. Justo como hice ese día.
Todavía pensando en el extraño paquete, llené una olla con agua. Al lado, saqué un par de paquetes de fideos de ramen instantáneos. Los dejé, mirando al fuego. Era bonito, de gas con llamas de verdad. Joan no iba a contentarse con uno eléctrico. Algunas veces daba miedo, saber cuán fácilmente podía romper cosas. Esta simple maldición parecía dominar mi vida entera. Tal vez no debía haber bajado a hacerme la cena. Tal vez debería haberme quedado en mi habitación. Pero… ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Quedarme allí para siempre? ¿No salir porque estaba preocupado por las cosas que podía romper? Por supuesto que no. Alargué el brazó y encendí el gas. Y, por supuesto las llamas inmediatamente saltaron alrededor de la olla, alcanzando mucho más alto de lo que debería haber sido posible. Rápidamente alargué el brazo para apagar las llamas, pero la manija se rompió en mis manos. Intenté coger la olla y sacarla del fuego. Pero, por supuesto, el asa se rompió dejando la olla en el fuego. Me quedé mirando el asa por un momento, luego miré a las llamas. Chispearon, prendiendo fuego en las cortinas. El fuego comenzó a devorar la tela alegremente. Bueno, con eso basta, pensé con un suspiro, tirando el asa rota por encima de mi hombro. Dejé el fuego ardiendo, (de nuevo, siento que debo recordaros que no soy una persona muy agradable) y cogí mi extraño paquete mientras iba a la salita.
Allí, quité la envoltura marrón de la caja de mi «herencia», aplastándolo contra la mesa con una mano y mirando los sellos. Uno tenía una imagen de una mujer con gafas de vuelo, con un avión de estilo antiguo tras ella. Todos los sellos parecían viejos, tal vez tanto como yo. Encendí el ordenador y miré en una base de datos de fechas de publicación de sellos, y descubrí que tenía razón. De sus imágenes, podía decir que habían sido impresos hacía trece años. Alguien se había tomado bastantes molestias para hacer parecer que mi regalo había sido empaquetado, dirigido y sellado más de una década antes. Eso, sin embargo, era ridículo. ¿Cómo podían haber sabido dónde iba a estar viviendo? Durante los últimos trece años, había pasado por docenas de grupos de padres adoptivos. Además, mi experiencia decía que el número de sellos que se necesita para mandar un paquete aumenta sin aviso o reglas. (La gente de correos son, estoy convencido, unos sádicos en ese tema). No había ningún modo de que alguien hubiera sabido, hacía trece años, cuántos sellos costaría mandar un paquete en estos días. Negué con la cabeza, levantándome y tirando la tecla «M» del ordenador a la basura. Había dejado de intentar devolver las teclas a su sitio, siempre volvían a caerse de todos modos. Cogí el extintor del armario del salón, volví a la cocina, que ahora estaba completamente llena de humo. Puse la caja y el extintor en la mesa, cogí una escoba, conteniendo la respiración mientras tiraba los destrozados restos de las cortinas en el fregadero. Encendí el agua y finalmente usé el extintor para apagar el papel de pared que ardía, así como los armarios y el fuego de cocinar. La alarma de incendios no funcionó, por supuesto. ¿Sabéis por qué? Ya la había roto antes. Todo lo que necesité fue dejar mi mano contra su cobertura un segundo, y se había deshecho. No abrí una ventana, pero tuve la calma mental para coger un par de servilletas y quitar el gas del fuego. Entonces, miré a las cortinas, de las que aún caían trozos de ceniza en el fregadero.
Bueno, ya está, pensé, un poco frustrado. Joan y Roy nunca seguirán soportándome después de esto. Tal vez penséis que debería sentirme avergonzado. Pero, ¿qué se suponía que debía hacer? Como he dicho, no podía simplemente esconderme en mi habitación todo el tiempo. ¿Debía evitar vivir solo porque la vida para mí era un poco diferente de lo que era para los demás? No. Había aprendido a tratar con mi extraña maldición. Me imaginé que los demás tendrían que hacerlo también. Escuché un coche en la entrada. Dándome finalmente cuenta de que la cocina aún estaba llena de humo, abrí la ventana y usé una toalla para impulsarlo fuera. Mi madre adoptiva, Joan, entró corriendo en la cocina un momento después. Se quedó parada, horrorizada, mirando el daño que el fuego había causado. Tiré a un lado la toalla y salí sin decir ni una palabra, directamente a mi habitación.
─¡Ese chico es un desastre!
La voz de la Joan subíó por la ventana abierta hasta mi habitación. Mis padres adoptivos estaban en el estudio de la primera planta, su lugar favorito para las «silenciosas» charlas sobre mí. Afortunadamente, una de las primeras cosas que había roto en la casa habían sido las guías de las ventanas, dejándolas abiertas permanentemente para que pudiera escuchar.
─Vamos, Joan ─dijo una voz consoladora. Esa pertenecía a Roy, mi padre adoptivo actual.
─¡No puedo soportarlo! ─soltó Joan─. ¡Destruye todo lo que toca!
Ahí estaba esa palabra otra vez: «Destruir». Sentía como mi pelo se erizaba. Yo no destruyo cosas, pensé. Yo las rompo. Aún están ahí cuando he terminado, simplemente no funcionan como debieran más. ─No tiene mala intención ─dijo Roy─. Es un chico con gran corazón.
─Primero el lavavajillas ─murmuró Joan─. Después el cortacésped. Después el baño de arriba. Ahora la cocina. ¡Todo en menos de un año!
─Ha tenido una vida dura ─dijo Roy─. Simplemente lo intenta con demasiada fuerza. ¿Cómo te sentirías tú, si te pasasen de familia en familia, sin tener una casa propia nunca…?
─Pero bueno, ¿puedes culpar a la gente por querer librarse de él? ─dijo Joan─. Yo…
La interrumpió una llamada a la puerta delantera. Hubo un momento de silencio y me imaginé lo que sucedía entre mis padres adoptivos. Joan estaba echando a Roy «La Mirada». Normalmente, era el marido el que echaba «La Mirada» insistiendo en que debía alejárseme. Roy siempre había sido el blando aquí, sin embargo. Escuché sus pasos según se acercaba a responder a la puerta.
─Entre ─dijo Roy, su voz débil, ya que ahora estaba en la entrada. Yo permanecí tirado en mi cama. Era temprano por la tarde, el sol aún no se había puesto.
─Señora Sheldon ─una nueva voz vino desde abajo, saludando a Joan─. Vine tan pronto me enteré del accidente.
Era la voz de una mujer, familiar para mí. Oficial, cortés y algo más que un poco condescendiente. Me imaginé que esas eran todas las buenas razones por las que la señorita Fletcher no estaba casada.
─Señorita Fletcher ─dijo Joan, dudando ahora que había llegado el momento. Normalmente lo hacían─. Siento.. que…
─No ─dijo la señorita Fletcher─. Habéis estado bien para haber durado todo este tiempo. Puedo arreglar las cosas para que se lleven al chico mañana. Cerré los ojos, suspirando suavemente. Joan y Roy habían durado bastante. Más, sin duda, que ninguno de mis otras parejas de padres adoptivos recientes. Ocho meses era un esfuerzo valeroso en lo que a cuidar de mí se refería. Sentí un pequeño nudo en el estómago.
─¿Dónde está el chico ahora? ─preguntó la señorita Fletcher.
─Está arriba.
Esperé en silencio. La señorita Fletcher llamó, pero no esperó a que respondiera antes de abrir la puerta.
─Señorita Fletcher ─dije─. Estás muy guapa.
Era una exageración. La señorita Fletcher, la trabajadora personal de mi caso, podría haber sido una mujer hermosa, si no hubiera llevado un par de horrorosas y cornudas gafas. Siempre llevaba su pelo en un moño que era solo ligeramente menos rígido que la línea insatisfecha de sus labios. Vestía una simple blusa blanca y una falda negra hasta los tobillos. Para ella, era un vestido atrevido, los zapatos, después de todo, eran marrones.
─¿La cocina, Alcatraz? ─preguntó la señorita Fletcher─. ¿Por qué la cocina?
─Fue un accidente ─murmuré─. Estaba intentando hacer algo agradable para mis padres adoptivos.
─¿Decidiste que serías agradable con Joan Sheldon, una de las mejores y más famosas chefs de la ciudad, quemando su cocina?
Me encogí de hombros.
─Solo quería hacerles la cena. Pensé que ni siquiera yo podía estropear unos fideos de ramen.
La señorita Fletcher rezongó. Finalmente, entró en la habitación, moviendo su cabeza según caminaba por delante de mi armario. Tocó el paquete de mi herencia con su dedo índice, rezongando suavemente mientras miraba el papel arrugado y las cuerdas destrozadas. La señorita Fletcher tenía un problema con el desorden. Finalmente se giró de nuevo hacia mí.
─Nos estamos quedando sin familias, Smedry. Las otras parejas están escuchando rumores. Pronto, no habrá ningún otro sitio donde mandarte.
Permanecí en silencio, aún tumbado. La señorita Fletcher suspiró, poniéndose en jarras y golpeando su índice contra el brazo.
─Te das cuenta, por supuesto, de que no vales nada.
Aquí vamos, pensé, sintiéndome enfermo. Esta era mi parte menos favorita del proceso. Me quedé mirando al techo.
─No tienes ni padre ni madre ─dijo la señorita Fletcher─, un parásito del sistema. Eres un niño al que se le ha dado una segunda, tercera e incluso una vigésimo-séptima oportunidad. ¿Y cómo has devuelto esta generosidad? ¡Con indiferencia, falta de respeto y destrucción!
─Yo no destruyo ─dije suavemente─. Yo rompo. Hay una diferencia.
La señorita Fletcher resopló disgustada. Me dejó entonces, salió y dio un portazo. La escuché decir adios a los Sheldon, prometiéndoles que su ayudante llegaría por la mañana para tratar conmigo.
Qué lástima, pensé con un suspiro. Roy y Joan son verdaderamente buena gente. Hubieran sido unos padres geniales.
Pues oye, a mí me ha gustado. También es cierto que no tengo ningún prejuicio sobre el autor, ya que no he leído nada sobre él (sí, ya sé que tengo que leerme Elantris… algún día xD). Pero este primer capítulo en concreto me ha resultado muy curioso.
Aunque el tío tiene un cuajo que no puede con él. "He quemado la cocina, uy… Bah, me subo a mi cuarto a investigar sobre estos sellos". ¡¡Pero niño!! Que la cocina sigue quemándose. Luego cuando termina, se acuerda y lo apaga… xDDDDD
Pero me gustaría saber qué lo ha llevado a enfrentarse a esos malvados bibliotecarios a los que se está enfrentando al principio. No sé por qué me ha recordado un poco al Nombre del Viento… Puede que sea porque un adulto aventurero te cuenta su infancia ^^u
Pero eso de que sea taaan torpe… Aish. "Yo no destruyo, eso es caótico y maligno. Yo rompo… o mejor dicho, se me rompen las cosas con solo tocarlas sin que sea mi intención"… Pobrecillo. Pero resulta super interesante para una historia.
¿Y dices que es una novela nueva o ya tiene su tiempo?
Yo no creo que sea adulto todavía cuando empieza a contarla, más bien parece el final del libro ^_^
Es del 2007 y deberían estar ya en la calle en Estados Unidos los 5 libros. En cualquier caso… como ya he dicho, no creo que la saquen aquí, aunque deberían planteárselo.
Y sí, lo de la cocina es para quedarte de piedra… pero bueno. Puede que algún día traduzca el segundo capítulo para ver como continúa un poco más la historia.
También está disponible en la página oficial de Brandon Sanderson en inglés.
¿Pero qué pasa? ¿Es que está el libro entero colgado? O.O
Lo normal es poner los primeros capítulos .__.
Nah, solo están los dos primeros capítulos, aunque sí que hay un libro completo puesto ahí, para el que quiera ver cómo es el estilo del tipo ^_^