Capítulo 1 de Anna y el beso francés

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Hacía un tiempo que me llamaba la atención este libro por las buenas críticas y puntuaciones que he visto que le daban, así que se lo propuse a Khardan para traducirlo. Y, dado que hemos cancelado una traducción, iba siendo hora de cubrir el hueco con otra nueva. ¡Así que aquí tenéis esta! (A ver si seguimos con el mismo ojo y en nada nos lo publican aquí en España).
Si queréis saber primero de qué va Anna y el beso francés, os recomendamos que os paséis antes por su ficha. Si no os importa, disfrutad directamente aquí con el primer capítulo.

 
Traducción: Khardan
Edición: Alexia


Capítulo 1

Os voy a decir todo lo que conozco de Francia: Madeline, Amélie y Moulin Rouge. La Torre Eiffel y el Arco del Triunfo, aunque no tengo ni idea de cuál es la función de ninguno de ellos. Napoleón, María Antonieta, y un montón de reyes llamados Luis. No estoy segura de qué hicieron tampoco, pero creo que tuvieron algo que ver con la Revolución Francesa, y a su vez con el Día de la Bastilla. El museo de arte se llama Louvre y tiene una forma piramidal y la Mona Lisa vive allí, así como la estatua de la mujer a la que le faltan los brazos. Y hay cafés o bistros, o como sea que los llamen, en cada esquina. La comida se supone que es buena, y la gente bebe mucho vino y fuma muchos cigarros.
He oído que no les gustan los americanos, ni las Converse blancas.
Hace unos meses, mi padre me inscribió en un internado. Sus frases prácticamente se arrastraban por la línea telefónica mientras declaraba que vivir en el extranjero era una “buena experiencia educativa” y un “recuerdo que atesoraré para siempre”. Sí. Recuerdo. Y habría puntualizado el mal uso que hace de esa palabra si no hubiera estado ya en shock.
Desde su anuncio, he probado gritando, suplicando, llorando e intentado chantajearle, pero nada le ha hecho cambiar de opinión. Y ahora tengo un nuevo visado de estudiante y un pasaporte. En ambos pone: Anna Oliphant, ciudadana de los Estados Unidos de América. Y ahora aquí estoy con mis padres, desempacando mis pertenencias en una habitación más pequeña que mi maletín; la última estudiante del último curso de la Escuela de América en París.
No es que sea una desagradecida. Quiero decir, es París. ¡La Ciudad de las Luces! ¡La ciudad más romántica del mundo! No soy inmune a eso. Es solo que todo esto del internado internacional tiene más que ver con mi padre que conmigo. Desde que se vendió y empezó a escribir libros estúpidos que se convirtieron en películas aún más estúpidas, ha estado intentando impresionar a sus amigos ricachones con su cultura y su riqueza.
Mi padre no es culto. Pero es rico.
No siempre ha sido así. Cuando mis padres aún estaban casados, éramos estrictamente de clase media baja. Fue alrededor del momento del divorcio cuando desapareció todo trazo de decencia, y su sueño de ser el próximo gran escritor sureño fue reemplazado por su deseo de ser el próximo escritor publicado. Así que empezó a escribir estas novelas situadas en un Pequeño Pueblo de Georgia que tratan de gente con Buenos Valores Americanos que se Enamoran y después contraen Enfermedades Terminales y Mueren.
En serio. Es totalmente deprimente, pero las señoras se lo tragan. Aman los libros de mi padre y adoran sus jerseys de punto, su sonrisa blanqueada y su moreno anaranjado. Y le han convertido en un best-seller y en un auténtico idiota.
Dos de sus libros se han convertido en películas y tres más están en producción, que es de donde sale su verdadero dinero. Hollywood. Y, de alguna manera, ese dinero extra y el pseudo-prestigio han destrozado su cerebro y le han hecho pensar que debería vivir en Francia. Un año. Sola. No entiendo por qué no podía mandarme a Australia o a Irlanda o a cualquier otro sitio donde el inglés sea la lengua nativa. La única palabra francesa que conozco es oui, que quiere decir “sí”, y hasta hace poco no supe que se deletreaba o-u-i y no w-e-e.
Por lo menos la gente de mi nueva escuela habla inglés. Fue fundada por americanos pretenciosos a los que no les gusta la compañía de sus propios hijos. Quiero decir, en serio. ¿Quién manda a sus hijos a un internado en el extranjero? Es tan Hogwarts. Solo que la mía no tiene chicos magos monos o caramelos mágicos o lecciones de vuelo.
En lugar de eso, estoy enclaustrada con otros noventa y nueve estudiantes. Hay veinticinco personas que forman mi clase entera de último curso, mientras que en Atlanta había seiscientas. Y estoy estudiando lo mismo que estudiaba en Clairemont High, excepto que ahora estoy matriculada en francés para principiantes.
Oh, sí. Francés para principiantes. Sin duda estaré con los novatos. Soy absolutamente genial. Mamá dice que necesito perder el factor de amargura, pronto, pero no es ella la que está abandonando a su fabulosa mejor amiga, Bridgette. O su fabuloso trabajo en el cine Royal Midtown de catorce salas. O a Toph, el fabuloso chico del cine Royal Midtown de catorce salas.
Y aún no puedo crerme que me esté separando de mi hermano, Sean, que solo tiene siete años y es demasiado joven para dejarle solo después de clase. Sin mí, es probable que le secuestre ese tipo tan raro que vive bajando la calle y tiene toallas sucias de Coca-Cola colgando de sus ventanas. O puede que Seany coma accidentalmente algo que contenga Tinta Roja número 40 y su garganta se hinche y no haya nadie por allí que le lleve al hospital. Puede que incluso muera. Y apuesto a que no me dejarían volver a casa en avión para su funeral y tendría que visitar al año siguiente el cementerio yo sola, y Papá habría elegido algún querubín de granito absolutamente horripilante para colocarlo sobre su tumba.
Y espero que Papá no piense que ahora voy a rellenar prematrículas universitarias para Rusia o Rumanía. Mi sueño es estudiar teoría del cine en California, quiero ser la mejor crítica cinéfila de nuestro país. Algún día, me invitarán a todos los festivales, y tendré una columna en un periódico importante y un programa de televisión guay y una página web ridículamente popular. Hasta ahora, solo tengo la página web, y no es popular. Todavía.
Solo necesito un poco más de tiempo para trabajar en ello, eso es todo.
─Anna, es la hora.
─¿Qué? ─Levanto la mirada de las camisetas que estaba doblando en perfectos cuadrados.
Mamá me mira y juguetea con la tortuguita que lleva en su collar. Mi padre, embutido en un polo melocotón y unos zapatos de marinero blancos, está mirando por la ventana de mi dormitorio. Es tarde, pero al otro lado de la calle una mujer grita algo operístico.
Mis padres tienen que volver a su habitación de hotel. Ambos tienen vuelos tempranos.
─Oh ─Agarro con un poco más de fuerza la camisa que tengo entre manos.
Papá se aleja de la ventana, y me alarma descubrir que sus ojos están húmedos. La idea de mi padre, incluso si es mi padre, estando al borde de las lágrimas hace que se me haga un nudo en la garganta.
─Bueno, chiquilla. Supongo que ya eres mayor.
Mi cuerpo está congelado. Él tira de mis brazos agarrotados y me envuelve en un abrazo de oso. Su fuerza es terrorífica.
─Cuídate. Estudia mucho y haz algunos amigos. Y ten cuidado con los carteristas ─añade─. Algunas veces trabajan en pareja.
Asiento en su hombro, y me suelta. Y entonces se va.
Mi madre se queda un poco más.
─Vas a pasar un año maravilloso aquí ─dice─. Simplemente lo sé.
Me muerdo el labio para evitar temblar, y me atrae entre sus brazos. Intento respirar. Inhalo. Cuento hasta tres. Exhalo. Su piel huele a loción de moras.
─Te llamaré en cuanto llegue a casa.
Casa. Atlanta ya no es mi hogar.
─Te quiero, Anna.
Ahora estoy llorando.
─Yo también te quiero. Cuida de Seany por mí.
─Por supuesto.
─Y del Capitán Jack ─digo─. Asegúrate de que Sean le alimenta y le cambia su cama y llena su botella de agua. Y asegúrate de que no le dé demasiados caprichos porque le engordan y no puede salir de su iglú. Pero asegúrate de que le dé unos pocos cada día, porque sigue necesitando vitamina C y no se bebe el agua cuando le echo las vitaminas.
Se aleja y me coloca el mechón blanqueado tras la oreja.
─Te quiero ─dice de nuevo.
Y entonces mi madre hace algo que, a pesar de todo el papeleo y los billetes de avión y las presentaciones, no creí que fuera a pasar. Algo que habría pasado dentro de un año en cualquier caso, cuando me fuera a la universidad, pero que sin importar cuántos días y años lo haya deseado, aún no estoy preparada para ello cuando de verdad sucede.
Mi madre se va. Estoy sola.

6 pensamientos en “Capítulo 1 de Anna y el beso francés

  1. papalbina

    Me encanta este libro. Tengo la segunda parte de camino.

    Me encanta lo que hace con el padre de Anna, es una versión caricaturizada de nicholas Sparks xDDD

    Y por supuesto me encanta st. Clair *__*

    Me resulta súper raro leerlo en español, pero mola 🙂

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  2. Khardan

    … @papalbina xD Ya, pero queda mejor para el título manteniendo mínimamente la ambigüedad. xD Cualquier otra opción hubiese tirado demasiado hacia cualquiera de los dos lados. O hacia el país, o hacia el tipo de beso… así aunque quede extraño más o menos se entiende.

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