Volvemos con la traducción de este nuevo libro basado en el clásico de Jane Austen: Orgullo y prejuicio.
Si es la primera vez que veis esta novela, entrad en su ficha y leed el prólogo antes de continuar con este capítulo. Si ya estabais esperando con ganas este capítulo… ¡adelante!
Hace un año.
La madre de Jane, Shirley, vino de visita, trayendo consigo a la Tía Abuela Carolyn. Fue
un encuentro extraño y, en los vacíos de la conversación, Jane podía escuchar el crujido de hojas muertas que golpeaban el suelo de su apartamento. Le gustaban las plantas de interior,
pero mantenerlas vivas parecía superar sus habilidades.
─De verdad, Jane, no sé cómo sobrevives aquí ─dijo Shirley, cogiendo las marchitas
hojas quebradizas─. Hemos tenido una experiencia cercana a la muerte en tu ascensor-ataúd, ¿a que sí, Carolyn, querida? Estoy segura de que tu pobre tía quiere relajarse,
pero esto parece una sauna y no hay un momento de silencio, con el tráfico, las
alarmas de los coches y las sirenas que no se detienen. ¿Estás segura de que las ventanas
no están abiertas?
─Es Manhatan, mamá. Este lugar es exactamente así.
─Bueno, yo eso no lo sé. ─Adoptó una postura de regañina, con la mano en la cintura. El suelo de madera de los años cincuenta gruñó bajo sus pies─. Acabo de recoger a
Carolyn de su apartamento y, sentada en su porche, había tal bendito silencio que podría
jurar que estábamos en el campo.
«Eso es porque el dinero compra ventanas gruesas», pensó Jane.
─No importa. Dime, ¿cómo le va…
«¡Por favor no lo digas! ¡No preguntes sobre mi vida amorosa!»
─…a tu amiga Molly?
─Oh, Molly. Sí, le va genial, trabaja freelance para el periódico desde que tuvo a los
gemelos. Molly y yo hemos sido amigas desde sexto ─explicó Jane a Carolyn, que
estaba sentada en su silla de ruedas cerca de la puerta.
Carolyn tenía tantas arrugas en su rostro como crestas hay en una huella dactilar; no
solo alrededor de los ojos y en la frente, sino que también unas delicadas dobleces se extendían por sus finas mejillas. Respondió poniendo los ojos en blanco, y después
los movió ligeramente, un signo de mover los ojos con incredulidad. Jane no sabía si
estaba dirigido a ella o era conspiratorio, así que pretendió no haberlo visto.
No había visto a Carolyn desde los doce años, en el funeral de su abuela. Le había
parecido extraño que su madre, al venir a la ciudad, insistiera en incluir a Carolyn en
sus planes para la comida. Pero dadas las miradas hambrientas y significativas que su
madre seguía echándole, Jane podía imaginarlo. La anciana se estaba haciendo mayor, y
Shirley quería dejar una buena impresión, una última apuesta para conseguir los restos
de la fortuna de los mariscos. Sin duda, recoger a Jane en su apartamento era una treta
para mostrar a Carolyn las condiciones vergonzosas en que vivía su sobrina nieta.
─¿No deberíamos poner pies en polvorosa? ─preguntó Jane, ansiosa de librarse del
entrometimiento.
─Sí, corazón, pero déjame arreglarte el pelo.
Y Jane, de treinta y dos años, siguió a su madre al cuarto de baño y se sometió al
alisado, al spray y al rizado. No importaba qué edad tuviera, siempre que su madre le
arreglaba el pelo, Jane sentía que tenía exactamente siete años. Pero dejó a su madre
hacerlo, porque Shirley, “Miss Rizado Francés 1967” Hayes solo podía encontrar la
verdadera tranquilidad en un peinado bien hecho.
–Asegúrate de escuchar, querida –dijo Shirley, dando su clase urgente y susurrada de
Cómo Impresionar a tus Mayores–. A ellos les encanta eso. Pregúntale por su infancia
y deja que se explaye, si así lo quiere. En este punto de su vida, los recuerdos son todo
lo que le queda, pobre corderita.
Cuando salieron del baño, Carolyn no estaba donde la habían dejado. Jane se abalanzó
hacia la habitación contigua, aterrada con una pesadilla de una silla de ruedas bajando a
golpes las escaleras (y con el desconcertante recuerdo de ver Al final de la escalera en
la fiesta de pijamas por su décimo primer cumpleaños). Pero ahí estaba Carolyn en la
ventana, inclinándose para arrastrar una planta de interior hasta un recuadro de luz solar
amarilla. Jane escuchó un twhack cuando sus DVDs de Orgullo y Prejuicio cayeron
desde su arbóreo escondite al suelo.
Jane sintió que se ruborizaba. Carolyn sonrió. Sus incontables arrugas de las mejillas
se fundieron en unas pocas más profundas.
En serio. ¿Y qué si había visto los DVDs? Mucha gente los tenía. ¿Por qué tenía que
ocultarlos? No ocultaba su copia de Arrested Development: la primera temporada, ni
Yoga para Dummies. Y aún así, algo en la sonrisa de Carolyn le hacía sentir como si
estuviera en bragas. En bragas sucias.
En el restaurante, cuando Shirley las abandonó para empolvarse la proverbial nariz, Jane
puso todo su empeño en mostrar que no estaba incómoda en lo más mínimo. Pasó un
minuto de silencio. Removió** su ensalada César con un tenedor, quitando la oruga*.
–Ha sido un otoño cálido –ofreció.
–Te estás preguntando si lo vi –dijo Carolyn. Algunas voces se hacen duras y tirantes
con la edad, otras se endurecen como el cristal roto. Su voz era suave, arena batida por
olas hasta que quedaba tan fina como el azúcar en polvo.
–¿Ver el qué? –preguntó descorazonada Jane.
–Es un demonio, ese señor Darcy. Pero no lo esconderías en una planta si no tuvieras la
conciencia intranquila. Eso me dice que no estás soñando despierta simplemente. Tienes
más de treinta y no estás casada ni saliendo con nadie, si es que los cotilleos de tu madre
y las fotos de tu apartamento dicen la verdad. Y todo se reduce a esa historia. Estás
obsesionada.
Jane rió.
–No estoy obsesionada.
Pero en realidad sí lo estaba.
–Hm. Te estás sonrojando. Dime, ¿qué tiene esa historia que sea tan adictivo?
Jane se tragó el agua y miró por encima del hombro hacia el baño de señoras, para
asegurarse de que su madre no volvía.
–Aparte de ser inteligente y divertida y quizá la mejor novela nunca escrita, es también
el mejor y más perfecto romance de toda la literatura, y nada en la vida puede llegar a su
nivel, así que paso mi vida cojeando a su sombra.
Carolyn la miró fijamente, como si esperase algo más. Jane pensaba que ya había dicho
suficiente.
–Es una novela adorable –dijo Carolyn–, pero no estabas ocultando el libro de bolsillo
en tu planta. He visto la película. Sé quién es Colin Firth, querida mía. Y creo que sé a
la espera de qué has puesto tu vida.
–Escuche, no creo realmente que pueda de alguna manera acabar casada con el señor
Darcy. Simplemente… nada en la vida real parece correcto como… Oh, no importa, no
quiero que creas que tu bissobrina está viviendo en la tierra de la fantasía.
–¿Lo estás?
Jane forzó una sonrisa.
–Qué otoño más cálido, ¿no?
Carolyn apretó sus labios hasta arrugarlos tanto como sus mejillas.
–¿Cómo es tu vida amorosa?
–Bastante satisfactoria.
–¿Ah, sí? Rendirse a la edad de treinta y dos. Hm. ¿Puedo atreverme a adivinarlo? –Carolyn se inclinó hacia ella con su voz sedosa, suave, entre los sonidos de la vajilla ruidosa
y las risas forzadas de los hombres de negocios–. Las cosas no están funcionando tan
bien, y cada vez que los hombres de tu vida te decepcionan, dejas entrar al señor Darcy
un poco más. Tal vez has llegado al punto en que estás tan unida a la idea de ese rufián,
que no te satisfará nada menor.
Una aceituna se quedó clavada en el trozo de lechuga del tenedor de Jane, y cuando
intentó librarse de ella, voló por la mesa y golpeó a un camarero en el trasero. Jane
tembló. Ciertamente, su lista de exnovios era impresionantemente patética. Y estaba ese
sueño que había tenido hace poco, donde estaba vestida con un vestido de novia ajado,
al estilo de la Miss Havisham de Grandes Esperanzas), bailando sola en una casa
oscura, esperando a que el señor Darcy viniera a por ella. Cuando despertó respirando
con fuerza, el sueño aún estaba demasiado fresco y era demasiado aterrador como para
reírse. De hecho, aún no podía.
–Tal vez estoy chiflada.
–Te recuerdo, Jane –Los ojos de Carolyn eran de un azul pálido, como el de unos
vaqueros demasiado lavados–. Recuerdo estar sentada contigo en ese cenador del lago
después del funeral de mi hermana, tu abuela. Recuerdo que no temías decir cómo
durante la misa no habías podido evitar pensar sobre qué habría para comer y si eso
estaba mal. ¿Significaba eso que no amabas lo suficiente a tu abuela? Tu voz, tus
preguntas de niña pequeña le quitaron algo de filo a mi dolor. Eres demasiado honesta
para engañarte de esta manera.
Jane asintió.
–Ese día llevabas un cuello de encaje. Pensé que era elegante.
–Mi difunto marido me compró ese vestido. Era mi favorito –Carolyn volvió a doblar
su servilleta, suavizando el borde con unas manos ligeramente temblorosas–. Harold
y yo tuvimos un matrimonio desgraciado. Él no hablaba demasiado y estaba ocupado
con el trabajo. Yo me aburría y era lo suficientemente rica como para permitirme salir con deliciosos
chicos jóvenes por otro lado. Después de un tiempo, Harold empezó a tontear también,
sobre todo, creo, para herirme. Cuando ya fui demasiado vieja como para atraer a los
playboys, me giré hacia el hombre que estaba a mi lado y me di cuenta de
cuánto amaba su rostro. Tuvimos dos años de felicidad juntos antes de que su corazón
se lo llevara. Fui tan tonta, Jane. No pude ver lo que era real hasta que el tiempo se llevó
todo lo demás –Estaba siendo completamente honesta, el dolor tras sus palabras se
había desgastado hacía tiempo.
–Lo siento.
–Hum. Es mejor que te preocupes por ti misma. Soy vieja y rica, y la gente me deja
decir lo que quiera. Así que aquí está. Descubre qué es lo real para ti. No sirve de nada
apoyarte en la historia de otro toda tu vida. ¿Sabes? Ese libro no le hizo ningún bien a la
misma Austen, murió solterona.
–Lo sé –Ese pensamiento había perseguido a Jane varias veces, y era el arma favorita
de los entusiastas anti-Austen.
–No es que haya nada malo con las solteronas –dijo Carolyn, dándose suaves
palmaditas en los frágiles pliegues de su cuello.
–Por supuesto que no. Solterona es solo un término arcaico para «centrada en su
carrera».
–Escucha, cariño, mi historia ya está contada. He tenido mis días de baile, y estoy
enfrentándome a mi propio «Fin». Pero solo el cielo y las estrellas saben cómo acabará
tu historia. Así que ve a conseguir que suceda tu felices-para-siempre.
Su voz tenía algo del entusiasmo de un entrenador de liga juvenil. Era dulcemente
condescendiente. Era el momento de cambiar de tema. Muy tranquilamente.
–¿Por qué no me hablas de tu infancia, tía Carolyn?
Carolyn rió, suavemente como la mermelada a temperatura ambiente.
–Sí, claro. Qué giro tan oportuno. Bueno, no me importa hacerlo. Tenía un
poco de cojera para cuando pude andar. Nuestros padres eran pobres y tu abuela y yo
compartíamos una cama que se inclinaba hacia un lado, aunque no puedo estar segura
de que la cama fuera la causa…
Cuando Shirley volvió del baño, Carolyn estaba citando el precio de la leche cuando
era niña, y Shirley le dedicó una sonrisa aprobadora a su hija. Menos mal que no
había escuchado la parte de la conversación sobre la bissobrina chiflada. Su madre era
práctica desde sus sólidas gafas cuadradas hasta sus zapatos de tacón ancho, y ninguna
hija suya se perdería por la tierra de la fantasía.
Y Jane quería estar de acuerdo. De verdad, una mujer de treinta y tantos no debería estar soñando despierta con un personaje ficticio de un mundo de hace doscientos años. Y mucho menos si esto hace que interfiera con su vida y sus relaciones de verdad que son más importantes. Por
supuesto que no debería.
Jane aplastó un trozo de oruga*.
*: No es un bicho, es una especie de lechuga que echan a la ensalada.
**: Buen uso del verbo remover: dar vueltas a la ensalada. No es quitar nada.
Por ahora la trama no me dice mucho. es decir, me parece un poco arquetípica. Pero vuestro trabajo es esplendido like always :P. Seguiré leyendo un poco más y le daré una oportunidad a la novela. Xa-LFDM
ME GUSTARIA SEGUIR LEYENNDOLA
Muchas gracias por este estupendo trabajo que están haciendo. Ojalá sigan traduciendo los capítulos, sería realmente genial.
Con su permiso, pongo un enlace para que los visiten desde mi blog. Muchas gracias!!!
Hola, sigue subiendo los capítulos :). Ojala pudieras traducir el lubro entero y subirlo 🙂