Capítulo 1 de El anillo de Salomón

      4 comentarios en Capítulo 1 de El anillo de Salomón

¿Os quedasteis con ganas de más tras ver la introducción a este libro? ¿Sentisteis el deseo irrefrenable de ver y leer la nueva aventura de Bartimeo, de ir abriendo boca hasta que Montena lo traiga en español? Pues si es así, entonces habéis llegado al sitio adecuado. Os traemos de vuelta al gran genio Bartimeo, en todo su esplendor. Como siempre, hay notas al pie de página, que hemos marcado con asteriscos. La primera parte del libro abarca los tres primeros capítulos. Pero eso lo podéis ir viendo mejor en el índice y la página de este libro, donde os esperan algún que otro detalle y curiosidad. ¡Disfrutad!

Traducción: Khardan
Edición: Alexia




Primera parte

El sol se ponía sobre los olivos. El cielo, como una tímida joven besada por primera vez, se sonrojaba con una luz rosada, como un melocotón. A través de las ventanas abiertas, entraba la más gentil de las brisas, que portaba las fragancias de la tarde. Esta desarregló el cabello de la joven que se situaba sola y pensativa en el centro del marmóleo suelo, e hizo que su vestido aleteara contra el contorno de sus oscuras y delgadas piernas.
Levantó una mano; sus alargados dedos jugaron con un rizo que colgaba al lado de su cuello.
─¿Por qué esa timidez, mi señor? ─susurró─. Acérquese y déjeme observarle.
En el pentagrama opuesto, el anciano descendió el cilindro de cera que tenía en su mano y me miró con su único ojo.
─¡Por Yahvé, Bartimeo! ¿No creerás que eso va a funcionar conmigo?
Mis pestañas temblaron astutamente.
─Bailaré también, si se acerca un solo paso. Venga, aprovéchate. Haré la Danza de los Siete Velos.
El hechicero respondió irritado.
─No, gracias. Y también puedes dejar eso otro.
─¿Dejar el qué?
─Ese… ese contoneo. De vez en cuando tú… ¡Ahí! ¡Lo has hecho de nuevo!
─Oh, vamos, marinero, vive un poco. ¿Qué te pone tan nervioso?
Mi amo murmuró un juramento.
─Posiblemente las garras de tu pie izquierdo. O tu cola escamada. También es posible que sea el hecho de que incluso un recién nacido sabe que no debe salir de su círculo protector cuando le pide que lo haga un espíritu tan malvado y astuto como tú. ¡Ahora, silencio, maldita criatura del aire, y abandona tus patéticas tentaciones o te golpearé en el costado con tal Pestilencia como ni siquiera el gran Egipto ha sufrido nunca!
El viejo chaval estaba bastante excitado, completamente sin aire. Su pelo blanco se había convertido en un desordenado halo alrededor de su cabeza. Cogió un estilete de detrás de su oreja y ominosamente hizo una anotación en el cilindro.
─Ya tienes una marca negra para ti, Bartimeo ─dijo─. Otra más. Si esta línea se llena, vas a tener una lista eterna de pedidos especiales, ¿sabes? No más diablillos asados, ningún descanso, nada. Ahora, tengo un trabajo para ti.
La sirvienta del pentáculo puso los brazos en jarras. Arrugó su perfecta naricita.
─Acabo de terminar un trabajo.
─Bueno, pues ahora tienes otro.
─Lo haré cuando haya descansado.
─Lo harás esta misma noche.
─¿Por qué tengo que hacerlo yo? Manda a Tufec o a Rizim.
Un brillante relámpago escarlata salió del dedo índice del viejo, revoloteó por el espacio intermedio y encendió llamas en mi pentagrama, de manera que me retorcí y bailé con loco abandono.
El crujido cesó, el dolor de mis pies disminuyó. Volví a ponerme de pie desgarbadamente.
─Tenías razón, Bartimeo ─rió el anciano─. Sí que bailas bien. Ahora, ¿vas a volver a responderme? Si lo haces, pondré otra marca en el cilindro.
─No, no, no hay ninguna necesidad de algo así ─Para mi absoluto alivio el estilete volvió lentamente a su lugar tras la ajada oreja. Aplaudí vigorosamente─. Así que, ¿otro trabajo, decías? ¡Qué maravilla! Me siento humildemente orgulloso de que me hayáis elegido a mí entre tantos genios tan valiosos. ¿Qué me trajo a tu atención esta noche, gran Amo? ¿La facilidad con la que derroté al gigante del Monte Líbano? ¿El celo con el que hice huir a los rebeldes canaanitas? ¿O simplemente mi reputación general?
El viejo se rascó la nariz.
─Nada de eso; más bien fue tu comportamiento de anoche, cuando los diablillos de guardia te vieron con la forma de un mandril, fanfarroneando por la hierba bajo al Puerta de las Ovejas, cantando canciones lascivas acerca del Rey Salomón y ensalzando ruidosamente tu propia magnificencia.
La sirvienta encogió los hombros hoscamente.
─Podría no haber sido yo.
─Las palabras “Bartimeo es el mejor”, repetidas de manera tediosa durante largo tiempo, sugiere lo contrario.
─Bueno, vale. Así que me tomé unos ácaros de más de almuerzo. No pasa nada.
─¿Que no pasa nada? La Guardia informó a su superior, que me informó a mí. Yo informé al Alto Hechicero Hiram, y creo que desde entonces ya habrá llegado a oídos del mismo rey ─Su cara se volvió remilgada y acartonada─. No está contento.
Hinché mis mejillas.
─¿Y no me lo puede decir en persona?
El ojo del hechicero se salió de sus órbitas; se parecía a un huevo saliendo de una gallina*.
─¿Osas sugerir ─gritó─, que el gran Salomón, Rey de todo Israel, amo de todas las tierras desde el Golfo de Aqaba hasta el ancho Eúfrates, debería dignarse a hablar con un esclavo sulfuroso como tú? ¡Qué idea! ¡En todos mis años no he escuchado nada tan ofensivo…!
─Oh, venga, vamos. Mírate un poco. Seguro que lo has escuchado.
─Dos marcas más, Bartimeo, por tu osadía y tu cara ─Ya salió el cilindro, el estilete lo arañó furiosamente─. Ahora vamos, ya basta con tus tonterías. Escúchame atentamente. Salomón desea nuevas maravillas para su colección. Ha ordenado a sus hechiceros registrar el mundo conocido en busca de objetos de belleza y poder. En este mismo momento, en todas las torres de la muralla de Jerusalén. Mis rivales conjuran demonios no menos astutos que tú y los mandan como fieros cometas para saquear antiguas ciudades, al norte, al sur, al este y al oeste. Todos desean asombrar al rey con los tesoros que consigan. Pero van a decepcionarse, Bartimeo, ¿a que sí? Porque nosotros le traeremos el mejor tesoro de todos. ¿Entiendes?
La hermosa doncella curvó sus labios, mis largos y afilados dientes brillaron húmedos.
─¿Robando tumbas de nuevo? Salomón debería hacer este estilo de cosas por sí mismo. Pero no, como siempre no puede molestarse en levantar su dedo y usar el anillo. ¿Se puede ser más vago?
El viejo me respondió con una sonrisa torcida. El negro vacío de su ojo perdido parecía tragarse la luz.
─Tus opiniones son interesantes. Tanto que debería irme ahora mismo y contárselas al rey. ¿Quién sabe? Tan vez elija levantar su dedo y usar el Anillo en ti.
Hubo una ligera pausa, durante la cual las sombras de la habitación se hicieron notablemente más oscuras, y un escalofrío recorrió mi bien formada espalda.
─No hace falta ─gruñí─. Le conseguiré su preciado tesoro. ¿Dónde quieres que vaya, entonces?
Mi amo hizo un gesto hacia las ventanas, a través de las que las animadas luces del bajo Jerusalén parpadeaban y brillaban.
─Vuela al este hasta Babilonia ─dijo─. Cien millas al sureste de esa maldita ciudad y treinta millas al sur del cauce actual del Eúfrates, yacen ciertos montes y excavaciones antiguas, colocadas por doquier con fragmentos de murallas arrastrados por el viento. Los campesinos locales evitan las ruinas por miedo a los fantasmas, mientras que cualquier nómada mantiene a su rebaño más allá del túmulo más alejado. Los únicos habitantes de la región son los zelotas religiosos y otros locos, pero el lugar no siempre estuvo tan desolado. Una vez tuvo un nombre.
─Eridu ─dije suavemente─. Lo sé**.
─Extraños han de ser los recuerdos de una criatura como tú, que ha visto tales lugares alzarse y caer… ─El viejo se encogió de hombres─. No me gusta pensarlo. Pero si puedes recordar el lugar, ¡tanto mejor! Registra las ruinas, localiza los templos. ¡Si los pergaminos dicen la verdad, hay muchas salas sagradas allí, que contienen quién sabe qué antiguas glorias! Con suerte, algunos de los tesoros habrán permanecido a salvo.
─No lo dudo. Dados sus guardianes.
─Ah, sí, ¡los antiguos deben haberlos protegido bien! ─La voz del anciano ascendió a un tono dramático; sus manos hicieron elocuentes gestos de consternación─. ¿Quién sabe lo que acecha allí aún? ¿Quién sabe lo que mora las ruinas? ¿Quién sabe qué odiosas formas, qué monstruosos aspectos pueden?… ¿Podrías parar de hacer eso con tu cola? No es higiénico.
Me levanté.
─Muy bien. Ya lo pillo. Iré a Eridu y veré lo que puedo encontrar. Pero cuando vuelva quiero que me permitas irme en ese mismo momento. Sin discusiones. Sin conversaciones inteligentes. He estado en la Tierra demasiado tiempo y mi esencia me duele como una muela picada.
Mi amo sonrió con una mueca almibarada, sacó su barbilla hacia mí y agitó un dedo arrugado.
─Todo depende de lo que traigas, ¿no crees, Bartimeo? Si me impresionas, puede que te deje ir. ¡Asegúrate de no fallar! Ahora, prepárate. Voy a atarte a tu tarea.
A la mitad de su encantamiento, el cuerno sonó con fuerza bajo la ventana, señalando el cierre de la Puerta de Kidron. Se le respondió, más lejos, desde la Puerta de las Ovejas, la de Prisión, el Caballo, y la del Agua, así en todas las murallas de la ciudad, hasta que el gran cuerno de techo del palacio sonó y toda Jerusalén estuvo asegurada y sellada para esa noche. Hace un año o dos, hubiese deseado que las distracciones harían que mi amo se trabase con las palabras, para que hubiera podido adelantarme y devorarle. Ya no me molestaba en desearlo. Era demasiado viejo y experimentado. Necesitaba algo mejor si iba a conseguir atraparlo.
El hechicero acabó, dijo las últimas palabras. El hermoso cuerpo de la doncella se volvió etéreo y transparente; por un instante permanecí como una estatua formada de sedoso humo, entonces estallé quedamente a la nada.

*Rizim le había sacado el otro ojo en una extraña ocasión en que nuestro amo había cometido un ligero fallo con las palabras de la invocación. También habíamos conseguido quemarle el trasero una o dos veces, y tenía una cicatriz en su cuello, de una vez en que estuve a punto de conseguir un feliz desenlace, pero, a pesar de una longeva carrera de dominar a más de una docena de formidables genios, el hechicero permanecía vigoroso y completo. Era un pajarraco anciano y duro.
**Eridu de los Siete Templos, la ciudad del color del hueso, brillante entre los verdes campos. Una de las primeras ciudades del hombre. En su día, sus zigurats se alzaban tan altos como el vuelo de un halcón, y el viento acarreaba el aroma de sus mercados de especias a lugares tan lejanos como Uruk y el mar… Entonces el río cambió de curso, la tierra se secó. La gente se volvió delgada y cruel, sus templos se hundieron en el polvo y ellos y su pasado fueron completamente olvidados. Excepto por espíritus como yo. Y, naturalmente, cuando su codicia superaba su miedo, por los hechiceros.

4 pensamientos en “Capítulo 1 de El anillo de Salomón

  1. Selene.of.Gaia

    Realmente agradezco esta traducción. En Historia del Libro y la Biblioteca (estudio Bibliotecología) estamos viendo la antigua Mesopotamia y, sin haber leído esto, no hubiera entendido cosa alguna.

    Creo que la próxima vez que vea a mi profesor de Historia del colegio, me lo quedaré mirando muy, muy feo… y las miradas comenzarán a matar.

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  2. Alexia Aikawa Autor

    Eso se lo comenté yo a Khardan y me dijo que era porque Bartimeo era muchísimo más viejo que él (de ahí lo de "chaval"), pero que como en realidad, físicamente, era un anciano, de ahí el "viejo". No sé xD

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