Capítulo 1 de House of Many Ways

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La parafernalia desértica va a quedar solo para las reseñas, que una se cansa de pensar métodos de conseguir lectura xD

Y bueno, aquí está lo que todos estábais esperando. El capítulo uno de House of Many Ways.
Traducido por Khardan.
Editado por Alexia.

Capítulo 1
En el que Charmain es ofrecida voluntaria para cuidar de la casa de un mago.

-Charmain tiene que hacerlo –dijo la Tía Sempronia-. No podemos dejar que el Tío Abuelo William se enfrente a esto solo.
-¿Tu Tío Abuelo William? -preguntó la señora Baker– No es un… -tosió y bajó el tono de su voz porque esto, para ella, no era algo precisamente bueno-. ¿No es un mago?
-Por supuesto –respondió la Tía Sempronia-. Pero tiene… -aquí fue ella la que bajó la voz–. Pero tiene algo creciendo, ya sabes, en su interior y solo los elfos pueden ayudarle. Tienen que llevárselo para hacerlo, ¿entiendes? Y alguien tiene que cuidar de su casa. Los hechizos, ya sabes, se escapan si no hay nadie para vigilarlos. Y yo estoy demasiado ocupada para hacerlo. Solo mi fundación para proteger a los perros vagabundos…
-Yo también. Estamos hasta el cuello de pedidos de pasteles de boda este mes -se apresuró a decir la señora Baker-. Sam me lo acaba de decir esta mañana.
-Entonces tendrá que ser Charmain -decretó la Tía Sempronia-. Sin duda ya es lo suficientemente mayor.
-Er… -dudó la señora Baker.

Ambas miraron hacia el otro lado del salón, donde la hija de la señora Baker estaba sentada, inmersa en la lectura, como de costumbre. Con su largo y delgado cuerpo curvado hacia la luz del sol que conseguía atravesar los geranios de la señora Baker, su pelo rojo estaba sujeto en una forma que recordaba a un nido de pájaros mientras sus gafas colgaban en la punta de la nariz. Sujetaba una de las jugosas galletas en una mano y la mordisqueaba mientras leía. Las migajas no dejaban de caer en el libro y ella las apartaba con la galleta si caían en la página que estaba leyendo.

-Eh… ¿Nos has oído, cariño? -dijo ansiosa la señora Baker.
-No -respondió Charmain con la boca llena- ¿Qué?
-Trato hecho, entonces. -dijo la Tía Sempronia-. Te dejaré a ti la tarea de explicárselo, Berenice, querida -se levantó, agitando majestuosamente los pliegues de su tieso vestido de seda y después de su parasol de seda-. Volveré a recogerla mañana por la mañana. Ahora será mejor que me vaya y le diga al pobre Tío Abuelo William que Charmain cuidará de sus cosas.

Se deslizó fuera del salón, dejando a la señora Baker con el deseo de que la tía de su marido no fuese tan rica ni tan mandona, y preguntándose cómo iba a explicárselo a Charmain, o a Sam. Sam nunca permitía a Charmain hacer nada que no fuera completamente respetable. Tampoco lo hacía la señora Baker, excepto cuando la Tía Sempronia metía la mano.
La Tia Sempronia, mientras tanto, se montó en su elegante carruaje y dijo a su chófer que la llevase fuera del pueblo, por el extremo opuesto, donde vivía el Tío Abuelo William.

-Lo he arreglado todo -anunció, moviéndose por las corrientes mágicas hasta el estudio donde el Tío Abuelo William estaba sentado escribiendo abatido-. Mi sobrina nieta Charmain viene mañana. Ella se asegurará de que te vas y cuidará de ti cuando vuelvas. Mientras tanto, cuidará de la casa por ti.
-Qué amable por su parte -dijo el Tío Abuelo William-. Asumo que está versada en la magia, entonces.
-No tengo ni idea -comentó la Tía Sempronia–. Lo que sí sé es que nunca ha sacado su nariz de los libros, nunca echa una mano en casa y sus padres la tienen en un altar. Le vendrá bien hacer algo normal por una vez.
-Oh, señor -dijo el Tío Abuelo William.– Gracias por avisarme. Entonces tomaré precauciones.
-Hazlo -respondió la Tía Sempronia- y será mejor que te asegures de que haya mucha comida. Nunca he visto ninguna chica que coma tanto. Y sigue delgada como el alma de una bruja a pesar de todo. Nunca lo he entendido. Entonces, la traeré mañana antes de que los elfos lleguen.
Se dio la vuelta y se fue.
-Gracias -dijo el Tío Abuelo William suavemente a su tiesa y crujiente espalda-. Vaya, vaya -agregó, cuando se cerró la puerta delantera-. Ah, bueno, uno tiene que estar agradecido a sus familiares, supongo.

Charmain también estaba bastante agradecida a la Tía Sempronia, lo que era bastante extraño. No es que estuviera agradecida en lo más mínimo por ofrecerla voluntaria para cuidar de un viejo mago enfermo a quien nunca había conocido.
-¡Al menos podría haberme preguntado a mí! -le decía bastante a menudo a su madre.
-Creo que sabía que dirías que no, querida -sugirió después de unas cuantas veces la señora Baker.
-Puede -respondió ella– o puede que no -añadió con una sonrisa astuta.
-Cariño, no espero que lo disfrutes -dijo la señora Baker con voz trémula-. No es para nada agradable. Es solo que sería tan amable por tu parte…
-Sabes que yo no soy amable -respondió Charmain, y subió las escaleras a su cuarto, blanco y decorado con volantes, donde se sentó en su bonito escritorio, mirando por la ventana los techos, las torres y las chimeneas de High Norland, y después subiendo la mirada hacia las azules montañas que despuntaban detrás. La verdad era que esta era la oportunidad con la que había estado soñando. Estaba cansada de su respetable escuela, y aún más cansada de vivir en esa casa, con su madre tratándola como si Charmain fuera una tigresa de la que nadie estuviera seguro que estaba domada, y su padre prohibiéndole hacer cosas porque no eran agradables, o seguras, o normales. Era la oportunidad de irse de casa y hacer una cosa, la cosa que Charmain siempre había querido hacer. Valía la pena soportar la casa de un mago solo por eso. Se preguntó si tendría el coraje de escribir la carta que necesitaba para ello.
Durante un largo rato, le faltó el coraje por completo. Se sentó y se quedó mirando las nubes que se apilaban alrededor de los picos de las montañas, blancas y moradas, tomando forma de animales gordos o de delgados dragones danzarines. Las miró hasta que las nubes se deshicieron en una fina niebla en el cielo azul. Entonces dijo:
-Ahora o nunca.
Suspiró, levantó las gafas que colgaban de una cadena que llevaba al cuello, y sacó su lápiz bueno y su mejor papel de escritura. Escribió con su mejor caligrafía:

Su Majestad,
Desde que era una niña y escuché hablar por primera vez de su gran colección de libros y manuscritos, he deseado trabajar en su biblioteca. Aunque sé que usted mismo, con la ayuda de su hija, Su Alteza Real la princesa Hilda, está personalmente involucrado en la larga y complicada tarea de organizar e inventariar los contenidos de la Biblioteca Real, espero aún así que pueda apreciar mi ayuda. Dado que ya tengo edad, deseo pedir el puesto de asistente de bibliotecario en la Biblioteca Real. Espero que Su Majestad no vea mi petición demasiado presuntuosa.
A su entera disposición,
Charmain Baker
Calle Maíz, 12
High Norland

Charmain se recolocó en la silla y releyó la carta. No había ninguna manera, pensó, de que escribir esto al viejo Rey parezca otra cosa que pura caradura, pero le pareció que la carta era bastante buena. Lo único dudoso en ella era la expresión “ya tengo edad”. Sabía que eso supuestamente significaba que la persona tenía ya veintiún años, o al menos dieciocho, pero sentía que no era exactamente una mentira. Después de todo, ella no había dicho qué edad tenía. Y no había dicho, tampoco, que supiera muchísimo o que estuviese perfectamente calificada, porque sabía que no lo era. Ni siquiera había dicho que amaba los libros más que ninguna cosa en el mundo, aunque eso sí era verdad. Tendría que confiar en que su amor por los libros brillase a través de las palabras que había escrito.
«Estoy bastante segura de que el Rey solo leerá por encima la carta y la tirará al fuego. Pero al menos lo he intentado»
Salió y envió la carta, sintiéndose muy valiente y rebelde.

A la mañana siguiente, la Tía Sempronia llegó en su carruaje y cargó a Charmain en él, junto a una bolsa de alfombra muy ordenada, en la que la señora Baker había metido toda la ropa de Charmain, y una bolsa mucho más grande en la que había empaquetado a rebosar de pastitas y delicias, panecillos, tartaletas y tartas. Tan grande era esta segunda bolsa, y olía tanto a hierbas aromáticas, salsa de carne, queso, fruta, mermelada y especias, que el chófer se giró y olisqueó asombrado, e incluso la majestuosa nariz de la Tía Sempronia se encendió.
-Bueno, no te morirás de hambre, niña. Vamos.
Pero el chófer tuvo que esperar hasta que la señora Baker abrazó a Charmain y le dijo:
-Sé que puedo confiar en ti, cariño, y que serás buena y ordenada y considerada.
«Eso es mentira. Ella no confía ni una pizca en mí.»
Entonces el padre de Charmain se apresuró a dar un beso en la mejilla a su hija.
-Sabemos que no nos decepcionarás, Charmain.
«Esa es otra mentira. Sabes que lo haré.»
-Y te echaremos de menos, amor mío – dijo su madre, conteniendo las lágrimas
«¡Eso puede que no sea mentira!. Aunque ni siquiera entiendo como puedo gustarles.»
-¡Vámonos! -dijo la Tía Sempronia severamente, y el chófer lo hizo. Cuando el pony trotaba tranquilamente por las calles, continuó–. Entonces, Charmain, sé que tus padres te han dado lo mejor de lo mejor y nunca has tenido que hacer nada por ti misma en toda tu vida. ¿Estás preparada para cuidarte por ti misma por una vez?
-Oh, sí -dijo segura Charmain.
-¿Y de la casa y del pobre anciano? -continuó ella.
-Me esforzaré al máximo -dijo Charmain. Tenía miedo de que la Tía Sempronia diera media vuelta y la llevara directamente de vuelta a casa si no decía esto.
-Has tenido una buena educación, ¿verdad? -preguntó la Tía Sempronia.
-Incluso música -admitió Charmain, algo reluctante. Rápidamente añadió–. Pero no se me daba nada bien. Así que no esperes que toque melodías calmantes al Tío Abuelo William.
-No lo hago –replicó la Tía Sempronia-. Como mago que es, probablemente pueda crear sus propias melodías calmantes. Simplemente estaba intentando averiguar si tenías la base apropiada en lo concerniente a la magia. La tienes, ¿verdad?
Las tripas de Charmain parecían haberse quedado atrás y sentía cómo la sangre abandonaba su rostro. No se atrevía a confesar que no sabía ni lo más básico sobre magia. Sus padres, y particularmente la señora Baker, no creían que la magia fuese agradable. Y la suya era una parte tan respetable del pueblo que la escuela de Charmain nunca enseñaba a nadie nada de magia. Si alguien quería aprender algo tan vulgar, tendrían que contratar un tutor privado. Y Charmain sabía que sus padres nunca hubiesen pagado unas clases de ese estilo.
-Eh… -empezó a decir.
Por suerte, la Tía Sempronia simplemente continuó hablando.
-Vivir en una casa llena de magia no es ninguna broma, ya sabes.
-Oh, nunca pensaría que fuera una broma -dijo rápidamente Charmain
-Bien -aceptó la Tía Sempronia, reclinándose.
El pony trotó y trotó. Atravesaron la Plaza Real, pasando delante de la Mansión Real que quedaba en un extremo de la plaza con su techo dorado resplandeciendo al sol. Siguieron a través de la Plaza del Mercado, donde alguna vez habían permitido ir a Charmain. Miró pensativa los puestos y a toda la gente que compraba y charlaba, y se quedó mirando mientras entraban en la parte vieja del pueblo. Aquí las casas eran tan altas y coloridas, y tan diferentes unas de otras, (cada una parecía tener gabletes y ventanas colocadas en sitios más extraños que la anterior) que Charmain empezó a tener esperanzas de que vivir en casa del Tío Abuelo William acabaría resultando muy interesante. Pero el poni siguió trotando, a través de las partes más lúgubres y pobres, y siguió pasando por delante de meras cabañas, y al lado de campos y setos, donde un gran acantilado se inclinaba sobre la carretera y solo alguna pequeña casa ocasional se apoyaba en las líneas de setos, y las montañas se alzaban más y más cercanas.
Charmain empezó a pensar que salían de High Norland y llegaban a un país completamente distinto. ¿Cuál sería? ¿Strangia? ¿Montalbino? Deseó haber prestado más atención a las clases de geografía.
Acababa de desear esto cuando el chófer se acercó a una pequeña casa, de un color parecido al de los ratones, encogida al fondo de un largo jardín frontal. Charmain la miró a través de su puerta de hierro y se sintió completamente decepcionada. Era la casa más aburrida que había visto nunca. Tenía una ventana a cada lado de su puerta marrón y el techo gris aparecía sobre ellas como un ceño fruncido. No parecía que hubiera más de un piso.
-Aquí estamos -dijo alegremente la Tía Sempronia. Se bajó, abrió la pequeña puerta de hierro y avanzó por el camino hacia la puerta principal. Charmain arrastró los pies malhumorada tras ella, mientras el chófer las seguía con sus dos bolsas. A ambos lados podían ver el jardín, que consistía enteramente de hortensias, azules, azul verdosas y malvas.
-No creo que tengas que cuidar del jardín -dijo airada la Tía Sempronia.
«¡Sinceramente espero que no!»
-Estoy bastante segura de que William tiene un jardinero –continuó la Tía Sempronia.
-Espero que lo tenga -dijo Charmain. Lo máximo que conocía de jardines era el jardín trasero de los Baker, que contenía una morera y un rosal, además de las jardineras donde su madre plantaba enredaderas. Sabía que debajo de las plantas había tierra, y que en la tierra había gusanos. Le dio un escalofrío.
La Tía Sempronia llamó bruscamente con el llamador a la puerta principal marrón y después empujó la puerta entrando en la casa.
-¡Cucú! ¡He traído a Charmain para ti!
-Muchas gracias, eres muy amable -dijo el Tío Abuelo William.
La puerta principal llevaba directamente a un saloncito húmedo, donde el Tío Abuelo William estaba sentado en un sillón gris y mohoso. Había un maletín de cuero grande a su lado, como si estuviera completamente preparado para irse.
-Encantado de conocerte, querida -dijo a Charmain.
-¿Cómo se encuentra, señor? -respondió educadamente Charmain
Antes de que cualquiera de los dos pudiera decir nada más, la Tía Sempronia intervino.
-Bueno, os quiero y os dejo aquí. Deja sus bolsas ahí -le dijo al chófer. Este, obediente, soltó las bolsas justo en la entrada y se marchó de nuevo. La Tía Sempronia le siguió con el silbido de las sedas caras, gritando mientras se iba: -¡Hasta luego, vosotros dos!
La puerta principal se cerró con un portazo, dejando a Charmain y al Tío Abuelo William mirándose. El Tío Abuelo William era un hombre pequeño y prácticamente calvo, excepto por algunos rizos de pelo fino y plateado que cruzaban una calva brillante. Estaba sentado en una postura rígida, doblado y retorcido que le mostraba que le dolía mucho. Charmain se sorprendió al darse cuenta de que le daba pena, pero deseaba que no la mirase tan fijamente. Le hacía sentirse culpable. Y las cuencas de sus ojos azules, que parecían cansados, mostraban un color rojo, sanguinolento. A Charmain le disgustaba la sangre casi tanto como los gusanos.
-Bueno, pareces una joven dama muy alta y competente -dijo el Tío Abuelo William. Su voz parecía cansada y gentil-. El pelo rojo es una buena señal, me parece. Muy bien. ¿Crees que podrás apañártelas mientras no esté? El lugar está un poco desordenado, me temo.
-Eso espero -respondió Charmain. La húmeda habitación le parecía bastante ordenada-. ¿Puedes decirme algunas de las cosas que tengo que hacer?
«Aunque espero no tener que estar aquí mucho tiempo. Cuando el Rey conteste mi carta…»
-Sobre eso… son las cosas normales de cuidado de la casa por supuesto, solo que mágicas. Naturalmente, la mayor parte de ellas serán mágicas. Como no estaba seguro de qué nivel de magia habías alcanzado, tome algunas precauciones…
«¡Qué horror! ¡Él cree que yo sé magia!»
Trató de interrumpir al Tío Abuelo William para explicarse, pero en ese momento ambos fueron interrumpidos. La puerta principal se abrió de par en par y una procesión de elfos altos, verdaderamente altos, entraron caminando silenciosamente. Estaban vestidos de una manera muy médica, completamente de blanco, y no había ninguna clase de expresión en sus caras. Charmain se les quedó mirando, completamente desconcertada por su belleza, su altura, su neutralidad, pero sobre todo por su silencio. Uno de ellos la movió gentilmente a un lado y ella se quedó donde él la dejó, sintiéndose torpe y desordenada, mientras el resto se agrupó alrededor del Tío Abuelo William con sus deslumbrantes y hermosas cabezas inclinadas sobre él. Charmain no estaba segura de lo que hicieron, pero en casi nada de tiempo el Tío Abuelo William estaba vestido con una bata blanca y le habían levantado de la silla. Había lo que parecían tres manzanas rojas pegadas a su cabeza. Charmain podía ver que estaba dormido.
-Eh… ¿No habéis olvidado su maletín? -dijo, mientras se lo llevaban hacia la puerta.
-No lo necesita -dijo uno de los elfos, sosteniendo la puerta abierta para facilitar a los demás el pasar al Tío Abuelo William a través de la puerta.
Después de eso, todos caminaron por el camino del jardín. Charmain corrió a la puerta principal abierta y les gritó
-¿Cuánto tiempo va a estar fuera? -de repente le pareció urgente saber durante cuánto tiempo iba a tener que hacerse cargo de la casa.
-Tanto como sea necesario -le respondió otro de los elfos.
Después, todos desaparecieron antes de llegar a la portezuela del jardín.

[Leer el capítulo 2]
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