Capítulo 2 de Anna y el beso francés

      4 comentarios en Capítulo 2 de Anna y el beso francés

Ya os habíais olvidado de esta traducción, ¿verdad? Esta vez es culpa mía, así que perdonad la ausencia.
Espero que disfrutéis de la continuación de esta nueva novela tan prometedora. Si aún no la conocéis, o habéis leído el capítulo anterior, podéis ir a su ficha para ver de qué va.

 
TraducciónKhardan
Edición: Alexia

 
Capítulo 2
Lo siento llegar, pero no puedo detenerlo.
El PÁNICO.
Me han dejado. ¡Mis padres me han dejado de verdad! ¡EN FRANCIA!
Mientras tanto, París se mantiene extrañamente silencioso. Incluso el cantante de ópera ha dado por terminada la noche. No puedo derrumbarme. Aquí las paredes son de papel así que, si lo hago, mis vecinos, mis nuevos compañeros, lo oirán todo. Siento náuseas. Voy a vomitar ese extraño puré de berenjenas que he cenado, y todos lo oirán, y nadie me invitará a ver a los mimos escapar de sus cajas invisibles, o lo que sea que haga aquí la gente en su tiempo libre.
Corro hacia el lavabo para echarme agua en la cara, pero sale a borbotones y en vez del rostro me empapa la camiseta. Y ahora estoy llorando más fuerte, porque no he sacado mis toallas, y la ropa mojada me recuerda a esos estúpidos paseos por la orilla del lago a los que Bridgette y Marr solían arrastrarme en Six Flags, donde el agua es del color erróneo y huele como pintura y tiene un billón de trillones de bacterias y microbios. Oh, Dios. ¿Qué pasará si hay bacterias en el agua? ¿Esta agua es siquiera potable? Patética. Soy patética.
¿Cuántas chicas de diecisiete años matarían por dejar su casa? Mis vecinos no experimentan ningún derrumbe. No me llega el sonido de sus lloros desde ninguna de sus paredes. Cojo una camiseta de la cama para secarme, cuando la solución me golpea en la cara. Mi almohada. Me derrumbo de cara contra la barrera sonora y sollozo y sollozo y sollozo.
Alguien está llamando a mi puerta.
No. Seguro que no es a la mía.
¡Ahí está de nuevo!
─¿Hola? ─grita una chica desde el pasillo─. ¿Hola? ¿Estás bien?
No, no estoy bien. LÁRGATE. Pero vuelve a llamar, y me obligo a arrastrarme fuera de mi cama y ver qué quiere. Una rubia con largos tirabuzones espera al otro lado. Es alta y grande, pero no grande de sobrepeso. Grande tipo jugadora de voleibol. Una bolita semejante a un diamante brilla en su nariz a la luz del pasillo.
─¿Estás bien? ─Su voz es amable─. Soy Meredith. Vivo en la habitación contigua. ¿Esos que se han ido eran tus padres?
Mis ojos enrojecidos señalan lo evidente.
─Yo también lloré la primera noche ─Inclina la cabeza, piensa por unos segundos, y entonces asiente con la cabeza─. Vamos, Chocolat chaud.
─¿Un show de chocolate? ─¿Por qué iba a querer ver un espectáculo de chocolate? Mi madre me ha abandonado, y estoy aterrorizada ante la idea de abandonar mi habitación…
─No ─sonríe─. Chaud. Caliente. Chocolate caliente. Puedo hacerlo en mi habitación.
Oh.
A pesar de cómo me encuentro, la sigo. Meredith me detiene con su mano como si fuera un guardia de paso. Lleva anillos en los cinco dedos.
─No olvides las llaves. Las puertas se cierran automáticamente tras de ti.
─Lo sé. ─Y, para demostrarlo, saco el collar de debajo de mi camiseta. Puse mi llave en él durante los Seminarios de Habilidades para la Vida obligatorios para los nuevos estudiantes, cuando nos dijeron lo fácil que era quedarse en la calle.
Entramos en su habitación. Suspiro. Es del mismo tamaño imposible que la mía: siete por diez pies*, con el mismo mini-escritorio, mini-armario, mini-cama, mini-refrigerador, mini-grifo, y mini-ducha. (Sin mini-retrete, esos están compartidos al final del pasillo). Pero… a diferencia de mi propia jaula impersonal, cada centímetro de la pared y del techo está cubierta con posters y fotos y brillantes papeles de regalo y entradas de brillantes colores escritas en francés.
─¿Cuánto llevas aquí? ─pregunto.
Meredith me acerca un pañuelo y me sueno la nariz, con un sonido terrible, como el de un ganso enfadado, pero no se sorprende ni hace ninguna mueca.
─Llegué ayer. Este es mi cuarto año aquí, así que no tuve que ir a los seminarios. Llegué sola, así que solo he estado vagueando, esperando a que aparezcan mis amigos. ─Mira alrededor con las manos en las caderas, admirando su trabajo. Veo una pila de revistas, tijeras y celo en el suelo y me doy cuenta de que se trata de un trabajo inacabado─. No está mal, ¿verdad? Las paredes blancas no me sirven.
Doy una vuelta por su habitación, examinándolo todo. Pronto descubro que la mayoría de los rostros son de las mismas cinco personas: John, Paul, George, Ringo y un futbolista que no reconozco.
─Lo único que escucho es a los Beatles. Mis amigos se meten conmigo, pero…
─¿Quién es este? ─Señalo al futbolista. Viste de rojo y blanco, y es todo cejas negras y pelo negro. Bastante mono, en realidad.
─Cesc Fàbregas. Dios, es el centrocampista más increíble. Juega en el Arsenal**. ¿El equipo inglés de fútbol? ¿Nada?
Niego con la cabeza. No estoy al día con los deportes. Tal vez debería.
─Aun así, bonitas piernas.
─Lo sé, ¿a que sí? Podrías clavar clavos con esos muslos.
Mientras Meredith prepara chocolat chaud con su hornillo, me cuenta también que es de las mayores, y que solo juega al fútbol durante el verano porque nuestra escuela no tiene un programa, pero que solía estar en la Interestatal en Massachussets.
De allí viene, de Boston. Y me recuerda que debería llamarlo “fútbol”*** aquí, lo que, cuando lo pienso, tiene más sentido. Y no parece molestarse cuando la acoso con preguntas o toqueteo sus cosas.
Su habitación es sorprendente. Además de la parafernalia pegada a sus paredes, tiene docenas de tazas de porcelana llenas con anillos de plástico brillantes, y anillos de plata con piedras de ámbar, y anillos de cristal con flores prensadas. Parece como si hubiera vivido aquí durante años.
Me pruebo un anillo con un dinosaurio de plástico. El T-rex brilla con luces rojas y amarillas y azules cuando lo aprieto.
─Desearía tener una habitación como esta. ─La adoro, pero soy demasiado obsesiva con el orden como para tener algo así. Necesito paredes limpias y un escritorio limpio y todo puesto en su sitio correcto en todo momento.
Meredith parece satisfecha con el cumplido.
─¿Estos son tus amigos? ─Coloco el dinosaurio de vuelta en su taza y señalo una fotografía enganchada en su espejo. Es gris y sombría y está impresa en un papel brillante y gordo. Claramente el producto de una clase de fotografía. Cuatro personas están de pie frente a un cubo vacío, y la abundancia de ropa estilosa negra y el deliberado desarreglo del pelo revelan que Meredith pertenece al cliché del artista local. Por alguna razón, me sorprendo. Sé que su habitación es “artística”, y que tiene todos esos anillos en sus dedos, pero el resto es limpio. Suéter lila, vaqueros ajustados, voz suave. Además está el tema del fútbol, pero no es una marimacho tampoco.
En su rostro se dibuja una sonrisa de oreja a oreja, y se le forma una arruguita en el puente de la nariz.
─Sí, Ellie tomó esa en La Défense. Somos Josh y St. Clair y yo y Rashmi. Los conocerás mañana en el desayuno. Bueno, a todos menos a Ellie, que se graduó el año pasado.
El nudo que tengo en el estómago empieza a soltarse. ¿Es eso una invitación a sentarme con ella?
─Pero estoy segura de que la conocerás pronto, porque está saliendo con St. Clair. Ahora está en Parsons Paris estudiando fotografía.
No me suena de nada, pero asiento como si hubiera considerado ir allí algún día.
─Tiene mucho talento, la verdad. ─El filo de su voz sugiere otra cosa, pero no pregunto─. Josh y Rashmi están saliendo también ─añade.
Ah. Meredith debe estar soltera.
Desafortunadamente, puedo sentirme identificada. Allá en casa, estuve saliendo con mi amigo Matt durante cinco meses. Era algo así como alto, divertido y no tenía mal el pelo. Era una de esas situaciones tipo “ya que no hay nadie mejor, ¿quieres enrollarte conmigo?”. Todo lo que hicimos fue besarnos, y ni siquiera fue tan interesante. Demasiada saliva. Siempre tenía que limpiarme la barbilla.
Rompimos cuando descubrí lo de Francia, pero no fue algo importante. No lloré ni le mandé emails lastimeros, ni marqué con mi llave el vagón de estación de su madre (?). Ahora está saliendo con Cherrie Milliken, que está en el coro y tiene el pelo Pantene. Ni siquiera me molesta.
No realmente.
Además, la ruptura me permitió desear a Toph, mi compañero de trabajo de cuerpo escandaloso. No es que no lo deseara cuando estaba con Matt, pero aún así, me hacía sentir culpable. Y, en serio, algo estaba empezando a suceder con Toph cuando terminó el verano. Pero Matt es el único chico con el que he salido, y apenas cuenta. Una vez le dije que había salido con un tal Stuart Thistleback en el campamento de verano. Tenía el pelo castaño y tocaba el bajo. Estábamos completamente enamorados, pero vivía en Chattanooga y todavía no teníamos carné de conducir.
Matt sabía que me lo había inventado, pero era demasiado amable para decirlo. Estaba a punto de preguntar a Meredith qué clases había escogido, cuando en su teléfono sonaron los primeros acordes de Strawberry Fields Forever. Puso los ojos en blanco y respondió:
─Mamá, aquí es medianoche. Seis horas de diferencia, ¿recuerdas?
Miro su despertador, que tiene forma de submarino amarillo****, y me sorprende descubrir que tiene razón. Dejo mi taza de chocolat chaud, que ya lleva tiempo vacía, en su cajonera.
─Debería irme ─susurro─. Disculpa que haya estado tanto tiempo.
─Espera un segundo. ─Meredith cubre el micrófono─. Encantada de conocerte. ¿Te veo en el desayuno?
─Sí, nos vemos. ─Intento decirlo sin darle importancia, pero estoy tan emocionada que salgo de su habitación e inmediatamente me choco contra una pared.
Ups, no es una pared. Es un chico.
─Uf. ─Se tambalea hacia atrás.
─¡Lo siento! Lo siento tanto. No sabía que estabas ahí.
Mueve su cabeza un poco mareado. Lo primero en lo que me fijo es en su pelo; es lo primero en lo que me fijo de todo el mundo. Es marrón oscuro y desordenado y de alguna manera consigue estar corto y largo al mismo tiempo. Pienso en los Beatles, ya que acabo de verlos en la habitación de Meredith. Es un pelo de artista. Pelo de músico. Pelo pretendo-que-no-me-importa-pero-realmente-sí-me-importa.
Pelo hermoso.
─No importa, yo tampoco te he visto. ¿Estás bien, entonces?
Oh, Dios. Es inglés.
─Esto… ¿Vive Mer aquí?
En serio, no conozco a ninguna chica americana que pueda resistirse al acento inglés.
El chico carraspea.
─¿Meredith Chevalier? ¿Pelo largo, ondulado? ─Entonces me mira como si estuviera loca o medio sorda, como mi Nanna***** Oliphant. Nanna simplemente sonríe y mueve la cabeza cuando le pregunto, ya sea “¿Qué tipo de aliño prefieres?” o “¿Dónde pusiste la dentadura del abuelo?”
─Lo siento. ─Da un pequeño paso para alejarse de mí─. Te ibas a la cama.
─¡Sí! Meredith vive aquí. Acabo de pasar dos horas con ella ─Lo anuncio orgullosa como mi hermano, Seany, cuando encuentra algo desagradable en el jardín─. ¡Soy Anna! ¡Soy nueva aquí! ─Oh, Dios. ¿Qué. Pasa. Con. Ese. Entusiasmo. Aterrador? Mis mejillas se encienden, y todo es tan humillante.
El chico guapo me dirige una sonrisa divertida. Sus dientes son adorables, rectos al principio y curvados al final, sobresaliendo solo lo mínimo. Me derriten esas sonrisas, dada mi propia falta de ortodoncia. Tengo un hueco entre mis paletos del tamaño de una semilla.
─Étienne ─dice─, vivo en el piso de arriba.
─Yo vivo aquí ─señalo torpemente hacia mi habitación mientras mi mente se revoluciona: Nombre francés, acento inglés y escuela americana. Anna está confusa.
Golpea dos veces en la puerta de Meredith.
─Bueno, entonces te veré por aquí, Anna.
Eh-t-yen pronuncia mi nombre así: Ah-na.
Mi corazón hace bum bum bum en el pecho.
Meredith abre la puerta.
─¡St. Clair! ─grita. Aún está al teléfono. Ríen y se abrazan y se hablan─. ¡Entra! ¿Cómo ha ido el vuelo? ¿Cuándo has llegado? ¿Has visto a Josh? Mamá, te tengo que dejar.
El teléfono y la puerta de Meredith se cierran al mismo tiempo con un chasquido.
Tanteo la llave de mi collar. Dos chicas en albornoces Rodas conjuntados caminan detrás de mí, riendo tontamente y murmurando rumores. Un grupo de chicos al otro lado del vestíbulo ríen por lo bajo y silban. La risa de Meredith y de su amigo atraviesa las paredes. Mi corazón se hunde y vuelvo a tener el nudo en el estómago.
Sigo siendo la chica nueva. Sigo estando sola.*He hecho la trasposición a metros: dos por tres metros, más o menos, es decir, un cuarto condenadamente pequeño. Vamos, un zulo. Y no sé cómo caben tantas cosas ahí dentro.

**Todos sabemos, bueno, o quizás no todos, que ahora juega en el Barcelona. Digo, por si queréis ver esos muslos capaces de clavar clavos.

***Como buena americana que es, ella lo llamaría soccer. Y por eso dice que pensando en el nombre europeo tiene más sentido que su fútbol, cuya pelota pasa más tiempo en las manos que en los pies.

****Yellow Submarine es una famosa canción de los Beatles. Por eso tiene un despertador con forma de submarino amarillo.

*****Nanna es la forma en que los italoamericanos llaman a sus abuelas.

4 pensamientos en “Capítulo 2 de Anna y el beso francés

  1. Lorena

    Siempre he querido leerme este libro, tiene tantas buenas críticas!
    No me importaría leerlo en inglés, pero como no lo tengo y tú lo estás traduciendo, pues oye, eso que me llevo xD
    Muchas gracias por la traducción!!
    Espero con ganas el siguiente capítulo 🙂

    Un beso! ^^

    Responder
  2. Susana

    Hola!!

    No es por desmerecer tu trabajo pero te informo de que este libro lleva ya bastantes meses traducido ^^
    No se si ya lo sabías y querías hacer tu propia versión pero por si acaso te aviso antes de que te dieras cuenta cuando llevaras más capitulos hechos 🙂

    Responder
  3. Elisa

    La verdad es que me gusta mucho el tono de esta novela ^^
    Tengo una preguntilla… Ahora que sabéis lo de la otra traducción, ¿váis a seguir con ésta?

    ¡Un saludo!

    Responder

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