Nuestra intención es traducir los primeros cuatro capítulos antes de que Montena lo saque en octubre, así que hay que ir poniéndose las pilas, ¿no? Aquí tenéis el segundo capítulo.
Traducción: Khardan
Edición: Alexia
No importa cuántas veces veas caminar a los muertos, siempre olvidas cuán estupidos parecen cuando empiezan a moverse de verdad. Cierto, se ven bien cuando atraviesan la muralla por primera vez, consiguen puntos por valor de shock, por sus espacios vacíos y sus dientes chirriantes, y algunas veces (si el hechizo de Reanimación es realmente bueno) por sus gritos incorpóreos. Pero entonces empiezan a perseguirte torpemente por el templo, con las pelvis crujiendo, los fémures levántandose en alto, sosteniendo sus huesudos brazos de una manera que se supone siniestra, pero que hace que parezca que vayan a sentarse al piano y sacar una melodía desafinada. Y cuanto más rápido van, más resuenan sus dientes y botan sus collares, quedándonse alojados en las cuencas de sus ojos, y entonces empiezan a tropezarse con sus vestidos de entierro, y caen al suelo, generalmente en el camino de cualquier ágil genio que esté pasando por ahí. Y, como sucede con los esqueletos, nunca vienen con ningún comentario interesante, que podría añadir un poco de sabor a la situación de vida o muerte en la que te encuentras.
─Oh, vamos ─dije mientras colgaba de la pared─, debe haber alguien con quien merezca la pena hablar aquí.
Con mi mano libre disparé plasma a través de la habitación, consiguiendo que se abriera un Vacío en el camino de uno de los muertos que corrían. Dio un paso y fue absorbido hacia el olvido; salté desde las piedras, reboté contra el techo abovedado y aterricé ágilmente encima de una estatua del dios Enki en el lado opuesto de la sala.
A mi izquierda, un cadáver momificado salió de su nicho. Llevaba una túnica de esclavo y portaba unos grilletes y una cadena oxidados alrededor de su encogido cuello. Con un crujido, saltó para atraparme. Tiré de la cadena, la cabeza salió disparada; la atrapé en el aire mientras el cuerpo caía y la lancé cual bola de bolos acertadamente en medio de uno de sus polvorientos camaradas, rompiéndole la espalda con ajustada precisión.
Salté desde la estatua, aterrizando en el mismísimo centro del salón del templo. Desde todos los lados convergían los muertos: sus túnicas frágiles como telas de arañas, aros de bronce tintineando en sus muñecas… Cosas que alguna vez fueron hombres y mujeres, esclavos, libros, cortesanos y subalternos de los sacerdotes, miembros de cada estrato de la sociedad de Eridu, me rodeaban con las bocas abiertas y con uñas irregulares y amarillentas que alzaban para rasgar mi esencia.
Soy un tipo cortés y les saludé apropiadamente. Una detonación a la izquierda. Una convulsión a la derecha. Pedacitos de personas centenarias diseminados alegremente en los relieves de los antiguos reyes sumerios.
Eso me dio un breve respiro. Eché un vistazo alrededor.
En los veintiocho segundos desde que entré atravesando el techo, no había tenido tiempo para observar completamente lo que me rodeaba pero, por la decoración y la organización general, un par de cosas estaban claras. Primero, era un templo del dios acuático Enki (la estatua me informó de ello, además, aparecía de manera prominente en los relieves de las paredes, junto con sus siervos serpientes-dragón y peces) y había estado abandonado durante, al menos, quince siglos*. Segundo, durante los largos siglos desde que los sacerdotes sellaron las puertas y dejaron la ciudad para que el desierto se la tragara, nadie había entrado antes que yo. Podías saberlo debido a las capas de polvo del suelo, la piedra de la entrada intacta, el celo de los cadáveres guardianes y, por último, pero no por ello menos importante, la estatuilla que descansaba en el altar en el punto más alejado de la sala.
Era una serpiente acuática, una representación de Enki, hecha de oro retorcido con gran artificio. Brillaba pálidamente a la luz de las Luces que había enviado por delante para iluminar la habitación, y sus ojos de rubí brillaban malvados como ascuas. Como simple obra de arte, probablemente no tenía precio, pero esa era solo la mitad de la historia. Además era mágica, con una extraña aura pulsante visible en los planos superiores**.
Bien. Esto ya estaba solucionado. Cogería la serpiente y me largaría de aquí.
─Perdone, perdone… ─Eso era yo empujando a los muertos a un lado educadamente o, en la mayoría de los casos, usando Infiernos para golpearles de manera que atravesaran la habitación ardiendo. Aún salían más, deslizándose desde nichos individuales en cada pared. No parecía que fueran a acabar nunca, pero llevaba el cuerpo de un hombre joven, y mis movimientos eran ágiles y seguros. Con hechizos, paradas y puñetazos me hice un camino hacia el altar…
…Y vi la siguiente trampa en ese momento.
Una red de hilos del cuarto plano colgaba rodeando la serpiente dorada, brillando de un verde esmeralda. Los hilos eran muy finos, y difíciles de ver incluso para mi mirada de genio. Débiles como parecían, sin embargo, yo no tenía la menor intención de molestarles. Como principio general, las trampas sumerias de altar merecen ser evitadas.
Me paré debajo del altar, sumido en mis pensamientos. Había maneras de desarmar los hilos que yo no tendría problema en utilizar, siempre que tuviera un poco de tiempo y espacio.
En ese momento, un dolor agudo me molestó. Al mirar al suelo, descubrí que un cadáver particularmente malhadado (quien en vida había sufrido claramente muchas enfermedades de la piel y sin duda veía la momificación como una mejora de sus condiciones) se había acercado sigilosamente y había hundido profundamente sus dientes en la esencia de mi brazo.
¡Qué temeridad! Se merecía una consideración especial. Introduciendo una mano amigable dentro de su pecho, disparé una pequeña detonación hacia arriba. Era una maniobra que no había intentado en décadas, y fue tan divertida como siempre. Su cabeza despegó como el corcho de una botella, crujió al chocar contra el suelo, rebotó dos veces contra paredes cercanas y (aquí fue cuando mi diversión inteligentemente desapareció) se precipitó hacia el suelo justo al lado del altar, cortando limpiamente la red de hilos brillantes al hacerlo.
Lo que demuestra lo estúpido que es divertirse en mitad de un trabajo.
Un grave estallido resonó a través de los planos. Fue bastante débil para mi oído, pero al Otro Lado habría sido difícil de ignorar.
Por un momento me quedé parado: un delgado joven, de piel oscura y pieles claras, mirando asombrado los deshilachados filamentos del hilo roto. Entonces, maldiciendo en arameo, hebreo y varios idiomas más, salté hacia delante, arranqué la serpiente del altar y retrocedí rápidamente.
Cadáveres ansiosos clamaron tras de mí: sin mirar los barrí con un vendaval.
Sobre el altar, los fragmentos de hilo dejaron de moverse. Con gran velocidad se fundieron hacia afuera, formando un charco o un portal sobre las losas. El charco se extendió más allá de la cabeza boca arriba del cadáver. La cabeza cayó lentamente en el charco, fuera de la existencia, lejos de este mundo. Hubo una pausa. El charco brillo con la miríada de colores del Otro lado, distantes, suavizados, como vistos a través de un vidrio.
Un temblor pasó por su superficie. Algo se acercaba.
Girándome ágilmente, consideré la distancia al destrozado trozo de techo por el que había entrado al principio: granos de arena aún caían a la habitación. Mi túnel probablemente se había colapsado bajo el peso de la arena; me llevaría tiempo atravesarlo, tiempo que en ese momento no tenía. Una invocación activada*** nunca lleva demasiado.
Me volví reluctante para encarar el portal, donde la superficie del charco estaba combándose y doblándose. Dos grandes brazos salieron, brillando verdes y venosos. Manos acabadas en garras se agarraron a la piedra a cada lado. Los músculos se flexionaron y un cuerpo entró en el mundo, una cosa de pesadillas. La cabeza parecía humana****, y la rodeaban grandes rizos de pelo negro. Un torso cincelado salió después, y era de la misma cosa verdosa. Los componentes de la mitad inferior, que lo siguió, parecían haber sido escogidos casi al azar. Eran de bestia, posiblemente un león o algún otro gran depredador, pero acababan siniestramente en garras de águila. La parte trasera de la criatura estaba compasivamente envuelta en una falda; de la que partía, a través de una hendedura, una larga y salvaje cola de escorpión.
Hubo una pausa preñada de anticipación mientras la visita se libraba del portal y se ponía erecta. Detras nuestra, incluso los últimos muertos que pululaban se habían quedado callados.
El rostro de la criatura era el de un señor sumerio: tez olivácea y hermosa, el pelo negro rizado en brillantes tirabuzones, la barba cuadrada recubierta de aceite. Pero los ojos eran agujeros blancos extraídos de la carne. Y ahora me miraban.
─Es… Bartimeo, ¿no es así? Tú no activaste esto, ¿verdad?
─Hola, Naabash. Eso me temo.
La entidad estiró sus grandes brazos hasta que los músculos crujieron.
─Ohhhh, ¿y por qué tuviste que hacer eso? Sabes lo que los sacerdotes dicen de los intrusos y ladrones. Ellos tendrán tus entrañas de aperitivo. O mejor dicho… Yo las tendré.
─A los sacerdotes ya no les preocupa tanto el tesoro, Naabash.
─¿No? ─Los ojos blancos observaron el templo─. Sí que parece algo descuidado. ¿Ha estado así mucho tiempo?
─Más de lo que crees.
─Pero los cargos permanecen, Bartimeo. No puedo hacer nada al respecto. Mientras la piedra se sostenga y nuestra ciudad perdure… Ya sabes el guión ─La cola de escorpión se paró con una seco y ansioso traqueteo, el brillante aguijón negro asomándose sobre su hombro─. ¿Qué llevas encima? ¿No será la serpiente sagrada?
─Algo a lo que mirar después, cuando me haya encargado de ti.
─Ah, muy bien, muy bien. Siempre fuiste alguien alegre, Bartimeo, siempre hablando por encima de tus posibilidades. No he conocido a nadie que haya recibido el látigo tantas veces. Cómo incordiabas a los humanos con tus respuestas… ─El señor sumerio sonrió, mostrando una doble fila de cuidadosamente colocados dientes afilados como cuchillas. Las piernas traseras se movieron ligeramente, las garras se clavaron en la piedra. Observé cómo se tensaban los tendones preparándose para un movimiento repentino. No les quité ojo.
─¿A qué empleador en particular estás maldiciendo ahora? ─continuó Naabash─. Los babilonios, supongo. Estaban en la cumbre la última vez que miré. Siempre envidiaron el oro de Eridu.
El joven de ojos oscuros se pasó la mano por el cabello ondulado. Sonreí sombríamente.
─Como te he dicho, ha pasado más tiempo del que crees.
─Mucho o poco, a mí no me importa ─dijo suavemente Naabash─. Tengo mi papel. La serpiente sagrada se queda en el corazón del templo, sus poderes perdidos para el hombre común.
Está bien, nunca había oído hablar de esta serpiente. Para mí parecía simplemente el típico trozo de antigüedad sobre el que las antiguas ciudades solían ir a la guerra, un pequeño ídolo cubierto de oro. Pero siempre es bueno saber exactamente lo que estás robando.
─¿Poderes? ¿Qué hace?
Naabash rio, melancólica nostalgia sofocando su voz.
─Nada de importancia. Contiene un elemental que emite chorros de agua cuando se gira la cola. Los sacerdotes solían sacarlo en tiempos de sequía para inspirar a la gente. Si recuerdo correctamente, también tiene dos trampas mecánicas diseñadas para desalentar a los ladrones que interferirían con la esmeralda colocada entre las garras. Observa las marcas escondidas detrás de cada una…
Ahí tuve un error. Medio dormido por el tono amable de Naabash, no pude evitar lanzar una breve mirada a la serpiente que había en mis manos, solo para ver si podía ver las pequeñas marcas.
Que era exactamente lo que él quería, por supuesto.
En el momento en que mis ojos se movieron, las piernas de la bestia se flexionaron. En un segundo, Naabash se había ido.
Me lancé de lado justo en el momento en que la losa en la que había estado se partía por la mitad al ser golpeada por el aguijón. Era lo suficientemente rápido para evitar eso, pero no para evitar el latigazo de su alargado brazo: un gran puño verde golpeó mi pierna mientras volaba por los aires. Este golpe, unido al precioso artefacto que llevaba, evitó que utilizara mi elegante maniobra marca de la casa en dichas circunstancias*****. En vez de eso, medio giré dolorosamente a través de una conveniente alfombra de cuerpos dispersos y me puse en pie de nuevo.
Mientras tanto, Naabash se había colocado con mucho cuidado. Se giró hacia mí, doblándose, su brazos humanos tocando el suelo; después saltó de nuevo. ¿Yo? Yo disparé una convulsión directamente al techo encima mío. Una vez más me alejé de un salto, una vez más la cola de escorpión atravesó las losas; una vez más, pero esta vez Naabash no consiguió golpearme tan bien, ya que el techo le había caído encima.
Quince siglos de arenas del desierto se acumulaban encima del templo enterrado, así que la piedra que caía vino con un agradable bonus: una cascada plateada-broncínea que cayó en un torrente, aplastando a Naabash bajo varias toneladas.
Normalmente, me habría quedado el tiempo suficiente para reír ruidosamente cerca del montón que creía rápidamente, pero fornido como era, sabía que no le detendría demasiado. Era el momento de salir.
Me salieron alas de los hombros; lancé otro estallido para limpiar mejor el camino y sin pararme salí a través del techo y de la lluvia de arena hacia la noche que me esperaba.
*Para mi ojo conocedor, el estilo parecía del sumerio moderno (alrededor del 2500 A.C.), con solo una pizca de la decadencia de la Antigua Babilonia pero, francamente, había demasiadas partes del cuerpo volando como para hacer una crítica apropiada justo en ese momento.
**Los planos: Siete planos estan superpuestos entre sí en todo momento, como capas invisibles de papel vegetal. El primer plano incluye todo en el mundo sólido de todos los días; el resto revela la magia que nos rodea, hechizos secretos, espíritus acechantes y antiguos encantamientos largo tiempo olvidados. Es un hecho bien conocido que puedes medir tranquilamente la inteligencia y calidad de una especie por el número de planos que es capaz de observar. Por ejemplo, los mejores genios (como un servidor): siete; trasgos y diablillos superiores: cuatro; gatos: dos; moscas, gusanos, humanos, mosquitos, etc.: uno.
***Una invocación activada como esta es siempre invisible a la vista mortal, por supuesto, pero con el tiempo, ligeros residuos de polvo se acumulan en los hilos, dándoles un aspecto fantasmal en el primer plano también. Esto da a los ladrones humanos perspicaces una oportunidad. El viejo ladrón de tumbas egipcio Sendji el violento, por ejemplo, usaba un pequeño escuadrón de murciélagos entrenados para sostener pequeñas velas sobre trozos del suelo que considerase dudosos, prermitiendole identificar las delicadas sombras hechas por las lineas de polvo y así pasar inerme entre las trampas. O por lo menos eso me contó antes de su ejecución. Tenía una cara honesta pero… bueno… murciélagos entrenados… simplemente no sé.
****¿Veis? ¿Cuán grotesco puedes parecer? Iugh.
*****La voltereta evasiva. Tm, (c), etc., Bartimeo de Uruk, alrededor del 2800 A.C. A veces imitado, nunca superado. Tan famoso que fue inscrito en las pinturas del Nuevo Reino de Ramsés III, puedes verme en el fondo de la Vasallaje de la Familia Real ante Ra, girando fuera de la vista tras el faraón.
Me encanta Bartimeo. En serio, es genial. Y también un poco ingenuo, pero eso mola porque todo esto ocurre cuando él era "joven" (más que en El Amuleto, sin duda). Y lo de los gatos son más inteligentes que los humanos ya lo sabía yo xDDDDDD
(Alexia, tú y tu devoción por los gatos xDDD Y lo de Bartimeo aunque era lógico no había caído o.o él tiene que ser mayor en los otros libros… Espero que al menos si sale menos "ingenuo" -o nada xD- que no se le vaya el humor)
Hay otra cosilla en este capítulo que no me cuadra. Por la mitad del capítulo (si eso: F3 mejor xD) pone "un delgado joven, de piel oscura y pieles claras" con lo de pieles claras, ¿se refiere a los ropajes…? Si no, tampoco le encuentro el sentido a esto. (Estoy bien hoy xD)