Capítulo 3 de Anna y el beso francés

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¡Buenas noticias! Esta novela va a ser publicada en español por la mano de Plataforma Neo, bajo el nombre de Un beso en París. En septiembre podremos disfrutar de la obra completa, lo cual significa que nosotros la cancelamos. Pero, como ya viene siendo tradición, la cortaremos en el capítulo cuatro para que os piquéis y os hagáis con ella en cuanto sea posible. Si es que menudo ojo que tenemos… ¿De verdad ninguna editorial está interesada en HakuYou? ¡Pero si mola mucho! Y ya vamos por el capítulo cuatro… xD
Si aún no sabéis de qué va Anna y el beso francés, o no habéis leído el capítulo anterior, podéis ir a su ficha para ver de qué va.

 
TraducciónKhardan
Edición: Alexia

 
Capítulo 3

A la mañana siguiente, me planteo pasar por donde Meredith, pero me acobardo y voy a desayunar sola. Al menos sé dónde está la cafetería. (Día Dos: Seminarios de habilidades de supervivencia). Compruebo dos veces mi tarjeta de comedor, y abro mi paraguas de Hello Kitty. Está lloviznando. Al tiempo no le importa lo más mínimo que sea mi primer día de escuela. Cruzo la carretera con un grupo de estudiantes parlanchines. No se fijan en mí, pero juntos evitamos los charcos. Un automóvil, tan pequeño como uno de los juguetes de mi hermano, pasa zumbando y rocía de agua a una chica con gafas. Ella maldice, y sus amigos se burlan de ella.
Me quedo atrás.
La ciudad es gris perlada. El cielo nublado y los edificios de piedra emiten la misma fría elegancia, pero, delante de mí, el Panteón brilla. Su pesada cúpula y sus impresionantes columnas se alzan para coronar el horizonte del barrio. Cada vez que lo veo, me resulta difícil alejarme. Es como si hubiera sido robado de la Antigua Roma, o, como mínimo, del Capitolio. Nada que debiera poder ver desde la ventana de una clase.
Mi nuevo vecindario es el Barrio Latino, o el quinto arrondissement. De acuerdo con mi diccionario de bolsillo, eso quiere decir distrito, y los edificios de mi arrondissement se funden uno con otro, curvándose en las esquinas con la suntuosidad de las tartas nupciales. Las aceras están atestadas con estudiantes y turistas, y están delineadas con idénticos bancos y ornadas farolas, tupidos árboles rodeados por vallas metálicas, catedrales góticas y pequeñas créperie, estantes de postales, y balconeras de hierro forjado con florituras.
Si fueran unas vacaciones, desde luego estaría encantada. Me compraría un llavero de la Torre Eiffel, tomaría fotos de los adoquines, y ordenaría un plato de escargot. Pero no estoy de vacaciones. Estoy aquí para vivir, y me siento pequeña.
El edificio principal de la Escuela de América está solo a un paseo de dos minutos de la Résidence Lambert, el dormitorio para novatos y veteranos. Se entra a través de un gran corredor abovedado, situado en un patio con árboles cuidados. Geranios y hiedras bajan desde los marcos de las ventanas de cada piso, y majestuosas cabezas de león están cinceladas en el centro de las oscuras puertas verdes, que son tres veces más grandes que yo. A cada lado de las puertas cuelga una bandera roja, blanca y azul, una americana, la otra francesa.
Parece un decorado de película. La Princesita*, si tuviera lugar en París. ¿Cómo puede existir una escuela así? ¿Y cómo es posible que yo esté matriculada? Mi padre está loco si piensa que pertenezco aquí. Mientras lucho para cerrar mi paraguas y abro una de las pesadas puertas de madera, un pijo con un peinado de falso surfero pasa empujándome. Se choca con mi paraguas y entonces me mira mal como si a) fuera culpa mía que tenga la paciencia de un niño pequeño y b) no estuviera ya empapado por la lluvia.
Dos puntos menos para París. Chúpate esa, Pijo.
El techo del primer piso es imposiblemente alto, lleno de chandeliers y con un fresco de ninfas flirteantes y lujuriosos sátiros. Huele ligeramente a productos de limpieza de naranja y a rotuladores de pizarra. Sigo el crujido de las suelas de caucho hacia la cafetería. Bajo nuestros pies, un mosaico de mármol de ruiseñores entrelazados. En la pared, en la parte más alejada del hall, está un reloj dorado dando la hora.
La escuela entera es tan intimidante como asombrosa. Debería estar reservada para estudiantes con guardaespaldas y ponies Shetland, no para alguien que compra la mayoría de su armario en Target. Aunque la vi durante la visita a la escuela, la cafetería me deja parada. Solía comer en un gimnasio reconvertido que apestaba a lejía y sudor. Tenía largas mesas con bancos unidos, y vasos de papel, y pajitas de plástico. Las mujeres con rejilla que llevaban las cajas registradoras servían pizza congelada y patatas congeladas y nuggets congelados, y las fuentes de refresco y las máquinas de venta de comida proveían el resto de mi, así llamado, alimento.
Pero esto… Esto podría ser un restaurante.
A diferencia de la histórica opulencia del hall, la cafetería es pulcra y moderna. Está llena de mesas redondas de abedul y plantas en jarrones colgantes. Las paredes son de color mandarina y lima, y hay un hombre atildado con un gorro de chef blanco sirviendo una variedad de comida que parece sospechosamente fresca. Hay varias cajas de bebidas embotelladas, pero en lugar de colas con alto contenido en azúcar y cafeína, están llenas de zumo y de una docena de tipos de agua mineral. Incluso hay una mesa preparada para café. Café. Sé que algunos estudiantes adictos al Starbucks de Clairemont que matarían por café en la escuela.
Las sillas ya están llenas con gente cotillenando con sus amigos por encima del griterío de los chefs y del entrechocar de los platos (de verdadera porcelana, no de plástico). Me quedo en el umbral. Los estudiantes me rozan, yendo en espirales en todas las direcciones. Mi pecho se encoje. ¿Debería encontrar una mesa o desayuno primero? ¿Cómo se supone que voy a pedir nada si el menú está en maldito francés? Estoy anonadada cuando una voz me llama por mi nombre. Oh, por favor, por favor, por favor…
Un vistazo a través de la marabunta revela una mano anillada saludando al otro lado de la habitación. Meredith señala a una silla vacía a su lado, y yo busco un camino hasta allí, agradecida y casi dolorosamente aliviada.
–Pensé en llamar a tu puerta para que pudiéramos venir juntas, pero no sabía si eras una dormilona –Las cejas de Meredith se juntan de preocupación–. Lo siento, debería haber llamado. Pareces tan perdida.
–Gracias por guardarme un sitio –Dejé mis cosas y tomé asiento. Había otros dos en la mesa y, como prometió la noche anterior, eran de la fotografía en su espejo. Vuelvo a estar nerviosa y muevo mi mochila en los pies.
–Esta es Anna, la chica de la que os he hablado –dice Meredith.
Un chico desgarbado con el pelo corto y una larga nariz me saluda con su taza de café.
–Josh –dice–. Y Rashmi.
Asiente hacia la chica a su lado, que sostiene su otra mano dentro del bolsillo delantero de su jersey. Rashmie tiene gafas de montura azul y un espeso cabello negro que cuelga por toda su espalda. Solo recibo el mínimo reconocimiento por su parte.
Está bien. No pasa nada.
–Todo el mundo está aquí excepto St. Clair –Meredith gira su cuello oteando la cafetería–. Normalmente llega tarde.
–Siempre –corrige Josh–. Siempre llega tarde.
Carraspeo.
–Creo que le conocí anoche. En el pasillo.
–¿Pelo bonito y acento inglés? –pregunta Meredith.
–Uhm. Sí. Supongo –intento que mi voz suene normal.
John sonríe.
–Todo el mundo aaama a St. Clair.
–Oh, cállate –dice Meredith.
–Yo no lo hago –Rashmi me mira por primera vez, calculando si me enamoraré o no de su propio novio.
Él suelta su mano y suspira exageradamente.
–Bueno, pues yo lo estoy. Le voy a pedir que venga al baile conmigo. Este es nuestro año, simplemente lo sé.
–¿Esta escuela tiene baile?
–Por Dios, no –dice Rashmi–. Sí, Josh. Tú y St. Clair estaríais monísimos con los esmoquin combinados.
–Con cola –El acento inglés nos hace a Meredith y a mí saltar en nuestro sitio. El chico del pasillo. Chico guapo. Su pelo está apelmazado con la lluvia–. Insisto en que los esmoquin tengan cola o le daré tu flor a Steve Carver en cambio.
–¡St. Clair! –Josh salta de su sitio y se dan el clásico abrazo de chicos con dos pulgares en la espalda.
–¿No hay beso? Me has destrozado, tío.
–Pensé que podría ofender a mi esposa. No sabe nada de nosotros todavía.
–Como sea –dice Rashmi, pero ahora está sonriendo. Le queda bien. Debería utilizar curvar sus labios más a menudo.
Chico Guapo del Pasillo (¿se supone que tengo que llamarle Étienne o St. Clair?) suelta su bolsa y
se desliza en el asiento libre entre Rashmi y yo.
–Anna –Está sorprendido de verme, y yo también. Me recuerda–. Bonito paraguas. Podría haberlo aprovechado esta mañana –Se pasa una mano por el cabello y una gota aterriza en mi brazo desnudo. Las palabras me fallan. Desafortunadamente, mi estómago habla por sí mismo. Sus ojos se abren ante el rugido, y me alarma cuán grandes y marrones son.
Como si necesitara más armas contra la especie femenina.
Josh debe estar en lo cierto. Todas las chicas de la escuela deben estar enamoradas de él.
–Suena fatal. Deberías alimentar a esa cosa. A no ser que… –Hace como si me examinara, entonces se acerca y susurra–. A no ser que seas una de esas chicas que nunca come. No puedo tolerar eso, me temo. Tendré que prohibirte venir a esta mesa para toda la vida.
Estoy decidida a hablar racionalmente en su presencia.
–No estoy segura de cómo pedir.
–Fácil –dice Josh–. Ponte en la fila. Diles lo que quieres. Acepta deliciosos manjares. Entonces dales tu tarjeta de comida y dos pintas de sangre.
–He oído que lo han subido a tres este año –dice Rashmi.
–Medula espinal –dice Chico Guapo del Pasillo–. O tu oreja izquierda.
–Quería decir el menú, muchas gracias –Gesticulo hacia la pizarra que sobrevuela a uno de los chefs. Una letra exquitamente cursiva ha escrito el menú de la mañana en rosa y amarillo y blanco. En francés–. No es exactamente mi lengua materna.
–¿No hablas francés? –pregunta Meredith.
–He dado clases de español tres años. No es como si hubiera pensado alguna vez en que me mudaría a París.
–Está bien –dice rápidamente Meredith–. Mucha gente no habla francés.
–Pero la mayoría lo hace –añade Josh.
–Pero la mayoría no lo hace demasiado bien –Rashmi le mira acusadoramente.
–Aprenderás primero la lengua de la comida. El lenguaje del amor –Josh se frota la tripa como un Buda esquelético–. Oeuf: huevo. Pomme: manzana. Lapin: conejo.
–No es divertido –Rashmi le golpea en el brazo–. No me extraña que Isis te muerda.
Gilipollas. Miro de nuevo a la pizarra. Sigue en francés.
–Y, uhm… ¿hasta entonces?
–Cierto –Chico Guapo del Pasillo se echa hacia atrás el pelo–. Ven conmigo, entonces. Yo tampoco he comido –No puedo evitar fijarme en varias chicas que se quedan mirándole conforme avanzamos entre la multitud. Una rubia de nariz ganchuda y camiseta sin mangas adolescente hizo un ruidito cuando nos pusimos en la fila–. Hey. St. Clair. ¿Cómo te ha ido el verano?
Allô, Amanda. Bien.
–¿Te quedaste aquí, o volviste a Londres? –Se inclina sobre su amiga, una chica bajita con una seria coleta, y se sitúa para ofrecer la máxima exposición de pecho.
–Me quedé con mi madre en San Francisco. ¿Tuviste unas buenas vacaciones? –pregunta educadamente, pero me alegra escuchar indiferencia en su voz.
Amanda hace un movimiento con su pelo, y de repente es Charrie Milliken. Cherrie adora mover su pelo y agitarlo, y retorcerlo entre sus dedos. Bridgette está convencida de que pasa sus fines de semana delante de ventiladores, como si fuera una supermodelo, pero creo que está demasiado ocupada empapando sus rizos con papaya, algas y barro en su búsqueda sin fin del brillo perfecto.
–Fue fabuloso –A un lado va su pelo–. Fui a Grecia un mes, y después pasé el resto del verano en Manhattan. Mi padre tiene un fabuloso ático con vistas a Central Park.
Cada frase que dice tiene una palabra que está enfatizada. Resoplo para evitar reírme, y al Chico Guapo del Pasillo le entra una extraña tos.
–Pero te eché de menos. ¿No recibiste mis emails?
–Eh, no. Debes haber cogido mal la dirección. Hey –Me llama la atención–. Ya casi nos toca –Da
la espalda a Amanda y ella y su amiga intercambian fruncimientos.
–Es el momento de tu primera lección de francés. El desayuno aquí es simple y consiste primordialmente en panes, siendo los cruasanes los más famosos, por supuesto. Esto quiere decir que no hay salchichas ni huevos rotos.
–¿Bacon? –pregunto esperanzada.
–Definitivamente no –Ríe–. Segunda lección, las palabras de la pizarra. Escucha cuidadosamente y repite conmigo. Granola –Entrecierro los ojos mientras él abre exageradamente los suyos llenos de falsa inocencia–. Quiere decir “granola”, ves. ¿Y esta otra? ¿Yaourt?
–Vaya, pues no sé. ¿Yogur?
–¡Una genio! ¿Y dices que nunca has vivido en Francia?
–Har. Bloody. Har**
Sonríe.
–Oh, ya veo. Solo me conoces durante menos de un día y ya te estás metiendo con mi acento. ¿Qué es lo próximo? ¿Quieres discutir el estado de mi pelo? ¿Mi altura? ¿Mis pantalones?
Pantalones. De verdad.
El francés que está tras la barra nos ladra. Lo siento, Chef Pierre. Estoy un poco distraída por esta Pieza Maestra de Chico Inglés Francés Americano. Dicho chico pregunta rápidamente– ¿Yogurt con cereales y miel, huevo pasado, o peras en brioche?
No tengo ni idea de lo que es el brioche.
–Yogur –digo.
Pide nuestras cosas en perfecto francés. Por lo menos, suena impecable a mis vírgenes oídos y
relaja a Chef Pierre. Pierde el ceño fruncido y remueve cereales y miel en mi yogur. Añade un
puñado de moras encima antes de dármelo.
–Merci, Monsieur Boutin.
Cojo nuestra bandeja.
–¿No hay Pop-Tarts? ¿Ni Cocoa Puffs? Estoy, algo así como totalmente ofendida.
–Los Pop-Tarts con los martes, Eggo gofres los miércores, pero nunca, en la vida, sirven Cocoa Puffs. Tendrás que conformarte con Froot Loops los viernes.
–Sabes mucho de comida basura americana para ser un tipo inglés.
–¿Zumo de naranja? ¿De uva? ¿De arándanos? –Señalo al naranja, y coge dos de la caja–. No soy inglés, soy americano.
Sonrío.
–Sí, claro.
–Lo soy. Tienes que serlo para venir a SOAP, ¿recuerdas?
–¿Jabón?***
–La Escuela americana en París –explica–. SOAP.
Qué bien. Mi padre me envío aquí para limpiarme.
Nos ponemos en fila para pagar, y me sorprende cuán eficientemente funciona. Mi antigua escuela estaba llena de colarse y molestar a las señoras de la comida, pero aquí todo el mundo aguarda pacientemente. Me giro justo a tiempo para pillar a sus ojos darse un paseo arriba y abajo por mi cuerpo. Pierdo el aliento. El chico guapo me está dando un repaso. No se da cuenta de que le he pillado.
–Mi madre es americana –continúa suavemente–. Mi padre, francés. Nací en San Francisco y me criaron en Londres.
Milagrosamente, recupero la voz.
–Un verdadero cosmopolita.
Ríe.
–Así es, no soy un farsante como vosotros.
Estoy a punto de pincharle de vuelta cuando me acuerdo: Tiene novia. Algo malvado molesta en los pliegues rosas de mi cerebro, forzándome a recordar mi conversación con Meredith anoche. Es el momento de cambiar de tema.
–¿Cuál es tu verdadero nombre? Anoche te presentaste como…
–St. Clair es mi apellido. Me llamo Étienne.
–Étienne St. Clair –intento pronunciarlo como él, extranjero y sofisticado.
–Horrible, ¿verdad?
Ahora estoy riendo.
–Étienne es bonito. ¿Por qué no te llama así la gente?
–Oh, “Étienne es bonito”. Qué generoso por tu parte.
Otra persona se pone en fila tras nosotros, un chico enano de piel morena, acné y una espesa mata de pelo negro. El chico está emocionado de verle, y él le devuelve la sonrisa.
–Hey, Nikhil. ¿Has tenido unas buenas vacaciones?
Es la misma pregunta que le hizo a Amanda, pero esta vez su tono suena sincero. Eso es todo lo que necesita el chico para lanzarse a contar una historia sobre su viaje a Delhi, acerca de los mercados, los templos y los monzones. (Fue en un viaje de un día al Taj Mahal. Yo fui a la playa de Panama City con el resto de Georgia.) Otro chico se acerca, este es larguirucho y pálido con pelo engominado. Nikhil se olvida de nosotros y saluda a su amigo con la misma charla entusiasta.
St. Clair, estoy decidida a llamarle así antes de avergonzarme, se gira hacia mí.
–Nikhil es el hermano de Rashmi. Es un novato este año. También tienen una hermana pequeña, Sanjita, que es una de segundo año, y una hermana mayor, Leela, que se graduó hace dos años.
–¿Tienes hermanos o hermanas?
–No. ¿Tú?
–Un hermano, pero está en casa. En Atlanta. Eso está en Georgia. ¿En el sur?
Alza una ceja.
–Sé dónde está Atlanta.
–Oh. Vale –Doy mi tarjeta de comida al hombre que está en la máquina registradora. Como Monsieur Boutin, lleva un apretado uniforme blanco y un gorro almidonado. También tiene un bigote en forma de U invertida. Uh. No sabía que hubiera de esos por aquí. Chef Bigotes pasa mi tarjeta y me la devuelve con un rápido merci.
Gracias. Otra palabra que ya sabía. Excelente.
De vuelta a nuestra mesa, Amanda observa a St. Clair desde su pose de Gente Guapa Pija. No estoy sorprendida de ver al chico que me miró mal de pelo de falso surfero sentado junto a ella. St. Clair está hablando de las clases, qué debo esperar en mi primer día, quiénes son mis profesores, pero he dejado de escucharle. Todo lo que veo es su sonrisa de dientes torcidos y su confiado paso arrogante.

Soy una tonta tan grande como el resto de ellas.*N. del T. La princesita es una película de Alfonso Cuarón en la que una chica se ve relegada a la semiesclavitud en un internado cuando su padre desaparece. Imdb

** Esto viene de la diferencia de pronunciación de esas palabras con acento británico. De ahí lo que sigue.

*** Soap significa jabón en inglés, de ahí el juego de palabras que hay.

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