Hala, que me ha costado un poco corregir este capítulo 3 T__T
Aquí volvemos con El Castillo en el Aire ^^
Traducción: Khardan
Edición: Alexia
3 En el que Flor-en-la-Noche descubre varios hechos importantes.
-Quiero dibujos de hombres de todos los tamaños formas y tipos que hayas visto. Dibújame reyes y pobres, mercaderes y trabajadores, gordos y flacos, jóvenes y viejos, bellos y feos, y también completamente comunes. Si no has visto alguna clase de hombres, invéntatelos, oh dios de la brocha. Y si tu imaginación falla, lo que dudo que pase, oh, aristócrata de los artistas, ¡entonces todo lo que necesitas es mirar fuera, observar y copiar!
Abdullah apuntó con un dedo hacia la multitud que compraba en el Bazaar, abundante y apresurada. Casi se le saltaron las lágrimas al pensar que esta visión tan común era algo que Flor-en-la-Noche no había visto nunca. El artista bajó su mano dubitativamente hasta su barba descuidada.
-Te aseguro, noble admirador de la humanidad, que esto puedo hacerlo fácilmente. Pero, ¿podría tal vez la joya de la sabiduría informar a este humilde caricaturista para qué son necesarios tantos retratos de hombre?
-¿Para qué querría la joya de la corona de los pintores conocer eso? -preguntó Abdullah, bastante consternado.
-De seguro, el Jefe de los clientes entenderá que este desgraciado gusano necesita saber qué medio usar -replicó el artista-. De hecho, simplemente sentía curiosidad acerca de este pedido tan inusual. Si debo pintar en óleo, en madera o en lienzo, en lápiz sobre papel o vitela, o incluso un fresco sobre una pared depende de lo que esta perla entre patrones desea hacer con los retratos.
-Ah, papel, por favor -dijo Abdullah rápidamente. No tenía ningún deseo de hacer públicos sus encuentros con Flor-en-la-Noche. Le parecía muy claro que su padre debía ser un hombre muy rico que ciertamente pondría objeciones a que un joven mercader de alfombras le mostrase otros hombres que no fuesen el Príncipe de Ochistan-. Los retratos son para un inválido que nunca ha sido capaz de viajar al extranjero como otros hombres hacen.
-Entonces eres el paladín de la caridad -constató el artista, y aceptó pintar los dibujos por una suma sorprendentemente pequeña.
-No, no, hijo de la fortuna, no me lo agradezca -dijo cuando Abdullah trató de expresar su gratitud-. Tengo tres razones. Primero, tengo alrededor de mí muchos retratos que hago por placer, y cobrarte por esos sería deshonesto, dado que los hubiera dibujado igualmente. Segundo, la tarea que me has encargado es diez veces más interesante que mi trabajo habitual, que es hacer retratos de mujeres jóvenes o de sus novios, de caballos y camellos, todo lo cual tengo que hacer hermoso, sea cual sea la realidad, o si no, pintar niños pegajosos cuyos padres desean que parezcan ángeles, de nuevo sea cual sea la realidad. Y mi tercera razón es que creo que estás loco, el más noble de mis clientes, y aprovecharme de ti me traería mala suerte.
Se supo por todo el Bazaar, casi inmediatamente, que el joven Abdullah, el mercader de alfombras, había perdido la razón y compraba todos los retratos que la gente vendiera.
Esto trajo muchas preocupaciones a Abdullah. Durante el resto del día le interrumpieron constantemente personas que llegaban con largos y floridos discursos acerca del retrato de su abuela del cual solo se separarían debido a su pobreza, o el retrato del camello de carreras del Sultán que se había caído de un carro, o tal relicario que contenía una imagen de su hermana. Le llevó mucho tiempo a Abdullah librarse de esa gente, y varias veces sí compró una pintura o un dibujo si el modelo era un hombre. Eso, por supuesto, conseguía que la gente siguiera viniendo.
-Sólo hoy. Mi oferta solo dura hasta el anochecer de hoy -dijo al final a la multitud reunida-. Que todos aquellos con un dibujo de un hombre a la venta vengan aquí una hora antes del anochecer y se lo compraré. Pero solo entonces.
Esto le dejó unas pocas horas de paz durante las que experimentar con la alfombra. En aquel momento se preguntaba si tendría razón al pensar que su visita al jardín no había sido un sueño. Dado que la alfombra no se movía. Naturalmente, Abdullah la había probado después de desayunar pidiéndole que ascendiera de nuevo dos pies, solo para probar que aún lo hacía, pero no pasó nada. Se quedó en el suelo. La probó otra vez cuando volvió de la tienda del artista, y otra vez se quedó inmóvil.
-Tal vez no te haya tratado bien -le dijo-. Te has quedado honradamente conmigo, a pesar de mis sospechas, y yo te he recompensado atándote a un poste. ¿Te sentirías mejor si te dejase libre en el suelo, amiga mía? ¿Es eso?
Dejó la alfombra en el suelo, pero aún así no volaba. Era como cualquier alfombra vieja de las que ponían cerca de la hoguera.
Durante el período en el que la gente no le estaba incordiando para que comprase retratos, Abdullah pensó de nuevo en ello. Volvió a sus sospechas acerca del extranjero que le había vendido la alfombra y el enorme ruido que había sucedido en el puesto de Jamal en el preciso momento en que el extraño había ordenado a la alfombra que subiese. Recordó que había visto moverse los labios del hombre las dos veces pero no había oído nada de lo que había dicho.
-¡Eso es! -gritó, golpeando con su puño la palma de su mano-. Hace falta decir una palabra código antes de que se mueva, la cual por alguna razón –sin duda muy siniestra– ese hombre no me dijo. ¡Ese villano! Y debo haber dicho esa palabra mientras dormía.
Corrió al fondo de su tienda y hurgó por todas partes en busca del destrozado diccionario que había usado en el colegio. Después, de pie sobre la alfombra, gritó:
-¡Aardvark! ¡Vuela, por favor!
No sucedió nada, ni entonces, ni con ninguna palabra que comenzase por A. Obstinadamente, Abdullah pasó a la B, y cuando no sirvió para nada, siguió adelante, hasta que acabó con el diccionario. Con las constantes interrupciones de vendedores de retratos, le llevó bastante tiempo. A pesar de todo, alcanzó “zymurgy” después del mediodía sin que la alfombra se hubiera doblado siquiera.
-¡Entonces tiene que ser una palabra inventada o extranjera! -dijo febrilmente. Era eso o creer que Flor-en-la-Noche era solo un sueño después de todo. Incluso si fuera real, las posibilidades de que la alfombra le llevara hasta ella parecían más escasas cada minuto. Se quedó ahí parado, murmurando cada extraño sonido o palabra extranjera que pudiese pensar, y aún así la alfombra no hizo ningún movimiento.
Una gran multitud le interrumpió de nuevo, una hora antes del ocaso, cargando haces y grandes paquetes planos. El artista tuvo que hacerse un camino a empujones a través de la multitud con su carpeta de dibujos. La hora siguiente fue agotadora en extremo. Abdullah inspeccionó pinturas, rechazó retratos de tías y madres, y regateó hasta el mínimo precio malos dibujos de sobrinos. Durante esa hora, adquirió, aparte de cien dibujos excelentes del artista, ochenta y nueve dibujos, relicarios, pinturas e incluso un trozo de pared con una cara pintada. También se gastó casi todo el dinero que le había quedado después de comprar la alfombra mágica, si es que era mágica. Para cuando finalmente convenció al hombre que decía que el óleo de la madre de su cuarta esposa se parecía lo suficiente a un hombre para ser aceptado, que no era el caso y le echó de la tienda, ya había oscurecido. Para entonces, ya estaba demasiado cansado y destrozado como para comer. Se hubiese ido directamente a la cama si no hubiera sido por Jamal, que había hecho un día de negocio increíble vendiendo comida a la multitud que esperaba fuera de la tienda, que llegó con una brocheta de carne.
-No sé que bicho te ha picado -dijo Jamal-. Solía creer que tú eras normal. Pero loco o no, debes comer…
-No es cuestión de locura -dijo Abdullah-. Simplemente he decidido abrir una nueva línea de negocio.
Pero se comió la carne. Al final, fue capaz de apilar sus 189 dibujos en la alfombra y tumbarse sobre ellos.
-Escucha esto -le dijo a la alfombra-. Si por alguna afortunada casualidad digo la palabra que te pone en funcionamiento mientras duermo, debes llevarme volando instantáneamente al jardín nocturno de Flor-en-la-Noche.
Eso le pareció lo mejor que podía hacer. Tardó mucho en dormirse.
Despertó oliendo la ensoñadora fragancia de las flores nocturnas y una mano le empujaba suavemente. Flor-en-la-Noche estaba inclinada sobre él. Para Abdullah, parecía mucho más encantadora que como la recordaba.
-¡De verdad has traído las imágenes! -dijo ella- Eres muy amable.
¡Lo conseguí! pensó triunfal Abdullah.
-Sí. Tengo ciento ochenta y nueve tipos de hombre aquí. Creo que esto debería darte al menos una idea general.
Le ayudó a descolgar unas cuantas lámparas doradas y las puso en círculo alrededor del banco. Entonces, Abdullah le mostró las imágenes, sosteniéndolas bajo una lámpara primero y, después, apoyándolas en el banco. Empezó a sentirse como si fuera un artista callejero.
Flor-en-la-Noche inspeccionó cada hombre mientras Abdullah se los mostraba, de manera absolutamente imparcial y muy concentrada. Después, cogió una lámpara y volvió a observar los dibujos del artista. Esto complació a Abdullah. El artista era un verdadero profesional. Había dibujado hombres exactamente como Abdullah le había pedido, desde heroicos y majestuosos, evidentemente el modelo era una estatua, hasta el jorobado que limpiaba zapatos en el Bazazar, e incluso había incluido un autorretrato a medias.
-Sí, ya veo -dijo finalmente Flor-en-la-Noche-. Hay muchos tipos de hombres, como tú dijiste. Mi padre no es típico para nada, y tampoco lo eres tú, por supuesto.
-¿Así que admites que no soy una mujer? -dijo Abdullah.
-Me veo obligada a hacerlo -dijo ella-. Mis disculpas por tan lamentable error.
Entonces llevó la lámpara a lo largo del banco, observando ciertas imágenes una tercera vez.
Abdullah se dio cuenta, poniéndose nervioso, que las que había seleccionado eran las de los hombres más apuestos. La vio acercarse a ellos con el ceño fruncido y un rizo rebelde de pelo negro colgando ante sus ojos, mientras mostraba una apariencia completamente resuelta. Empezó a preguntarse qué sucedería a continuación.
Flor-en-la-Noche recogió las imágenes y las apiló ordenadamente al lado del banco.
-Es justo como yo pensaba -comentó-. Te prefiero a cualquiera de estos. Algunos parecen demasiado orgullosos de sí mismos, y otros parecen egoístas y crueles. Tú eres sencillo y amable. Pretendo pedirle a mi padre que me case contigo, en vez de con el Príncipe de Ochistan. ¿Te importaría?
Abdullah sintió como si el jardín girase a su alrededor en una confusión de oro, plata y esmeralda.
-Cre…creo que eso podría no funcionar -consiguió decir al final.
-¿Por qué no? ¿Ya estás casado?
-No, no. No es eso. La ley permite que un hombre tenga tantas esposas como pueda mantener, pero…
La frente de Flor-en-la-Noche volvió a fruncirse.
-¿Cuantos maridos tiene permitidos una mujer?
– ¡Solo uno! -dijo bastante asombrado Abdullah.
– Eso es extremadamente injusto -observó Flor-en-la-Noche meditabunda. Se sentó en el banco y pensó-. ¿Dirías que es posible que el Príncipe tenga varias esposas en Ochistan ya?
Abdullah observó cómo el ceño crecía en su frente y los delicados dedos de su mano derecha repiqueteaban casi irritantemente en el césped. Supo que sin duda había comenzado algo. Flor-en-la-Noche estaba descubriendo que su padre la había mantenido en la ignorancia acerca de algunos hechos importantes.
-Si es un príncipe -dijo algo nervioso Abdullah-, creo enteramente posible que tenga un buen número de esposas. Sí.
-Entonces está siendo avaricioso -sentenció Flor-en-la-Noche-. Esto quita un peso de mis hombros. ¿Por qué dices que casarme contigo podría no funcionar? Ayer mencionaste que también eras un príncipe.
Abdullah sintió que se le acaloraba la cara, y se maldijo por haberle soltado sus fantasías. Aunque se dijo que tenía todas las razones posibles para creer que se trataba de un sueño cuando se lo contó, esto no le hacía sentirse nada mejor.
-Cierto. Pero también te dije que estaba perdido y lejos de mi reino. Como puedes imaginar, ahora mismo me veo forzado a ganarme la vida de manera humilde. Vendo alfombras en el Bazaar de Zanzib. Tu padre claramente es un hombre muy rico. Puede que esta no le parezca una unión apropiada.
Los dedos de Flor-en-la-Noche tamborilearon bastante enfadados.
-¡Hablas como si fuera mi padre el que pretende casarse contigo! ¿Cuál es el problema? Yo te amo. ¿Tú no me amas?
Miró la cara de Abdullah al decir esto. Él le devolvió la mirada, en lo que pareció una eternidad de grandes ojos negros. Se descubrió diciendo “Sí.”. Flor-en-la-Noche sonrió. Abdullah sonrió. Varias eternidades de luz de luna pasaron.
-Debo volver contigo cuando te vayas -dijo Flor-en-la-Noche-. Dado que lo que dices de la actitud de mi padre hacia ti puede ser cierto, debemos casarnos primero y contárselo después. Entonces no podrá decir nada.
Abdullah, que había tenido algunas experiencias con hombres ricos, deseó poder estar seguro de eso.
-Puede que no sea tan simple. De hecho, ahora que lo pienso, estoy seguro de que el único camino prudente es dejar Zanzib. Esto debería ser fácil, porque resulta que soy el poseedor de una alfombra mágica. Aquí está, en el banco. Me trajo hasta aquí. Desafortunadamente, necesita una palabra mágica para activarse, que parece que solo soy capaz de decir en sueños.
Flor-en-la-Noche cogió una lámpara y la mantuvo en alto para poder inspeccionar la alfombra. Abdullah observó, admirando la gracia con la que se inclinaba hacia ella.
-Parece muy antigua. He leído acerca de estas alfombras. La palabra mágica será probablemente una palabra bastante común pronunciada de una manera anticuada. Mis lecturas sugieren que estaban preparadas para ser usadas rápidamente en una emergencia, así que la palabra no puede ser tampoco muy complicada. ¿Por qué no me cuentas cuidadosamente todo lo que sabes de ella? Entre los dos deberíamos ser capaces de averiguarlo.
Gracias a esto, Abdullah se dio cuenta de que Flor-en-la-Noche, si descontabas los huecos en su educación, era tanto inteligente como culta. La admiró aún más. Le dijo, tanto como sabía, cada detalle acerca de la alfombra, incluido el jaleo en el puesto de Jamal que le había impedido oír la palabra mágica.
Flor-en-la-Noche escuchó y asintió ante cada detalle.
-Así que dejemos aparte la razón por la que alguien te vendería una alfombra probadamente mágica y aún así se asegurase de que no pudieses usarla. Es algo extraño sobre lo que estoy segura de que deberíamos pensar después. Pero primero pensemos en lo que la alfombra hace. Dices que bajó cuando se lo ordenaste. ¿Habló el extraño entonces?
Tenía una mente lógica y astuta. Verdaderamente había encontrado una perla entre las mujeres, pensó Abdullah.
-Estoy bastante seguro de que no dijo nada..
-Entonces la palabra mágica solo es necesaria para que la alfombra empiece a volar. Después de eso se me ocurren dos posibilidades: Primera, que la alfombra haga lo que digas hasta que toque cualquier suelo, y segunda, que obedezca tus órdenes hasta que vuelva al lugar donde empezó el viaje.
-Eso se prueba fácilmente -dijo Abdullah. Estaba mareado de admiración por su lógica-. Creo que la primera posibilidad es la correcta -Saltó sobre la alfombra y probó gritando-. ¡Arriba, volvamos a mi tienda!
-¡No, no! ¡No hagas eso! ¡Espera! -gritó Flor-en-la-Noche en ese mismo instante.
Pero era demasiado tarde. La alfombra salió despedida hacia arriba y luego se alejó rápidamente con tal velocidad y de manera tan imprevista que primero Abdullah se cayó de espaldas, quedándose sin aliento, y después se encontró colgando medio cuerpo fuera sobre su borde deshilachado a lo que parecía una altura aterradora en el aire. El viento que creaba el movimiento le quitó el aliento en cuanto intentó respirar. Todo lo que pudo hacer fue tratar frenéticamente de agarrarse mejor a los flecos del borde. Y antes de que pudiese volver a colocarse encima, o siquiera hablar, la alfombra se lanzó en picado, dejando el aliento que había recuperado Abdullah de nuevo en lo alto. Se hizo un hueco a través de las cortinas de su tienda, medio asfixiando a Abdullah en el proceso, y aterrizó suavemente, y de manera muy definitiva, en el suelo interior.
Abdullah se quedó tumbado, con la cara pegada al suelo, jadeando, con recuerdos turbulentos de torres silbando a su alrededor contra un cielo estrellado. Todo había pasado tan rápido que al principio lo único en lo que podía pensar era que la distancia entre su tienda y el jardín nocturno debía ser sorprendentemente corta. Entonces, cuando por fin recuperó el aliento, quiso patearse a sí mismo. ¡Qué estupidez había hecho! Podía haber esperado al menos hasta que Flor-en-la-Noche hubiese tenido tiempo de subirse a la alfombra también. Ahora, la misma lógica de Flor-en-la-Noche le dijo que no había otra manera de volver con ella que dormirse de nuevo y, otra vez, esperar que le sonriera la suerte de decir la palabra mágica mientras tanto. Pero como ya lo había hecho dos veces, estaba bastante seguro de que volvería a hacerlo. Estaba aún más seguro de que Flor-en-la-Noche se lo imaginaría por sí misma y le esperaría en el jardín. Era la personificación de al inteligencia, una perla entre las mujeres. Esperaría que volviera en una hora o así.
Después de una hora de maldecirse y alabar a Flor-en-la-Noche alternativamente, Abdullah consiguió quedarse dormido. Pero, desgraciadamente, cuando despertó seguía boca abajo en la alfombra en medio de su propia tienda. El perro de Jamal que ladraba fuera, fue lo que le había despertado.