Distopías

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Pues voy a seguir con los artículos sobre los distintos subgéneros, aunque cambiando de tercio y dedicándome a la ciencia ficción. Para empezar, voy a coger un subgénero que está muy en boga últimamente, y que, sin embargo, tiene una serie de características diferenciadoras sobre las que no nos ponemos demasiado de acuerdo, según parece. Pero, antes de empezar, tengo que decir que esto no es un problema. Esta es mi visión del subgénero, cada uno es libre de tener la idea que prefiera y de asociar el nombre del subgénero con lo que prefiera.

Volvemos a empezar, como siempre, haciendo un primer acercamiento por medio del género al que pertenece el subgénero. Como inicio, y casi como siempre, podemos ver que se trata de ficción especulativa. Por otro lado, también podemos ver una firme base cimentada en la ciencia ficción —es decir, hablan de un futuro posible desde una perspectiva de avances tecnológicos posibles (o no tanto)—. Además, podemos ver que, en general se trata de lo que podríamos denominar una ciencia ficción «social», en el sentido de que, más que los posibles avances tecnológicos, es su repercusión en la sociedad lo que realmente interesa investigar con la obra. A partir de aquí, podemos ver varias perspectivas, sienod las dos que más he leído, y por tanto sobre las que puedo opinar sin mucho temor a equivocarme, una distopía «juvenil» y una distopía «clásica». Ahora, los subgéneros más cercanos a las distopías dentro de la ciencia ficción serían las novelas posapocalípticas. Y, en cierto sentido, el sword and planet.

Empecemos distinguiendo la distopía de las novelas posapocalípticas. La distopía no implica necesariamente la existencia de un «se ha destruido la sociedad antigua», de hecho, en casos como 1984 o Un mundo feliz, los autores hablan de una evolución desde la sociedad actual. Tampoco implica, necesariamente, que el mundo esté desolado. Esos son dos detalles más afines con las novelas posapocalípticas que con las distopias. Mientras las primeras son novelas de supervivencia, en las que el protagonista o los protagonistas tienen que enfrentarse con la destrucción de la sociedad previa debido a una causa externa o interna y, por tanto, a una nueva sociedad basada, casi siempre, en la ley del más fuerte, las segundas no tienen ese condicionante. ¿Qué es lo que le interesa al protagonista de las distopías? Generalmente, si tomamos como base las primeras novelas que se encuadran en este género, son gente disconforme con el modelo sociopolítico imperante, pero que se ven claramente sobrepasados por los mecanismos de dicha sociedad, así que empiezan pequeñas rebeliones. (Esto podríamos decir que separa la novela distópica juvenil, mucho más esperanzada, en la que un solo protagonista es el núcleo de una revolución destinada a cambiar toda la sociedad, de la clásica). No buscan la supervivencia, esa ya la tienen asegurada a través de la sociedad (casi siempre), sino que buscan romper con alguna de las «obligaciones» que impone esta. Por otro lado, tampoco son sword and planet, porque su centro no son las aventuras sino los problemas que encuentra el ser humano dentro de esa sociedad.

Pero, como he dicho, creo que la moda dentro de la categoría juvenil del subgénero distópico ha llevado a la creación de una especie de segundo grupo de distopías donde se crea una esperanza a través del rechazo de un joven a la sociedad, de forma que, sin comerlo ni beberlo, se convierte en la gran esperanza de la sociedad para recuperar los valores perdidos. Y, a diferencia de los clásicos, suele conseguir su objetivo de romper esa sociedad y crear (o empezar a crear) una nueva sociedad. Así, casos como Delirium, los Feos de Scott Westerfeld o, incluso, Legend de Marie Lu, nos presentan sociedades donde algo que nosotros tenemos como normal se exacerba. Del mismo modo que el cambio de la historia oficial en 1984 o las drogas de la felicidad en Un mundo feliz, todos estos puntos llaman a detalles específicos que nos gustan de la sociedad y lo pervierten. Pero, de hecho, el libro que, podríamos decir, detalla cómo se pasa de una sociedad normal a una distopía por la seguridad y la desconfianza en los jóvenes es, precisamente, Pequeño Hermano de Cory Doctorow. Y quizá ese es el límite de lo que yo considero una distopía. No me valen sociedades como las de Los juegos del hambre, donde más bien parece que hubiera habido un apocalipsis que hubiera cambiado la situación política de un mundo muy particular (donde solo existe un continente y un país y por tanto más bien es un mundo completamente distinto sin posibilidad de relacionarse con el nuestro), o Enclave, donde todo parte de un apocalipsis y luego la reconstrucción como buenamente se puede de la sociedad. Para mí tienen que partir claramente de una sociedad inicial semejante (y a ser posible localizable) a la nuestra, y luego tiene que haber un punto de diferencia que la convierta en indeseable. Y ese punto tiene que ser obligatoriamente centro de la trama.

La diferencia clara entre la clásica y la juvenil parte de la confianza que tiene el joven en ser capaz de cambiar la sociedad una vez se llega a ese extremo. Es decir, si vemos por ejemplo 1984, aunque empieza con la esperanza vana de poder cambiar el sistema, ni lo consigue ni hace verdaderos intentos, sino que busca la pequeña rebelión, mientras que, por poner un ejemplo semejante, el caso de Pequeño Hermano, vemos cómo intentan controlar sus movimientos y sus reacciones, utilizando lo políticamente correcto dentro del lenguaje y cambiando los hechos que realmente habían ocurrido y el chico se enfrenta a viento y marea para cambiar la situación. Es una diferencia que no convierte en menos distopía a una o a otra, simplemente muestran una reacción completamente distinta dependiendo del mensaje que quieran dar. Las clásicas eran más de «cuidado, que nos acercamos a esto y de ahí ya no hay salida» mientras que las juveniles van más por el «cuidado, si nos acercamos a esto, tenemos que actuar y solo los jóvenes podemos enfrentarnos con garantías al sistema». Me parecen dos mensajes distintos pero igualmente válidos.

Espero haberos aclarado un poco qué tiene que tener una distopía para que, para mí, lo sea. Es precisamente ese destello diferencial lo que convierte a las distopías en unas novelas tan buenas para mandar mensajes para el sistema. No lo perdamos por hacer que todo sea una distopía.

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