Tercera parte (de seis) del capítulo 1 de Hakushaku to Yousei.
Créditos por la versión inglesa: Kage Dreams
Traducción al español: Alexia
Editor: Khardan
Lydia respiró hondo frente a la habitación de Huskley. Desde que había abierto la puerta de su propia habitación, Huskley ya estaba enterado de que había salido al pasillo. Quizás estuviera escuchando desde el otro lado. Llamó a la puerta.
Después de un momento, apareció Huskley.
-¿Uhm? ¿Pasa algo, señorita?
-En realidad, en mi habitación se oye un ruido muy extraño. Parece que hay algo dentro del armario… Es espeluznante, así que esperaba que pudiera echarle un vistazo.
Su expresión cambió ligeramente y se dirigió a los otros hombres que estaban en la habitación.
-Ey, la habitación de al lado. No cabe duda.
Era evidente que no se había parado a pensar en la posibilidad de que Lydia se preguntara qué era aquello en que no había ninguna duda.
-Señorita, podría ser un pervertido. Puede ser peligroso, haga el favor de quedarse aquí.
En la habitación, incluyendo a Huskley, había seis hombres de aspecto robusto. El joven, que se había escondido detrás de una columna en el pasillo, consiguió pasar por delante de la puerta, mientras miraba cautelosamente cómo desaparecían los hombres por la habitación de Lydia.
-Vamos.
Tomó su mano con naturalidad y empezó a correr llevándola consigo.
-Nico, ¿sigues con nosotros?
El hada gato se había hecho invisible, pero Lydia consiguió ver brevemente su cola.
-¡Eh! ¡Se están escapando! -dijo una voz a sus espaldas.
Lydia escuchó al joven maldecir en voz baja por haber sido descubiertos tan rápido, pero continuó corriendo y se dirigió escaleras abajo. Uno de los hombres saltó sobre la barandilla de la cubierta llegando a donde estaban ellos y agarró la bolsa de Lydia. Ella gritó.
El joven se giró rápidamente, y le atestó una patada. El hombre, todavía aferrando la bolsa de Lydia, se cayó contra la barandilla y terminó cayéndose al agua.
-Mi bolsa…
-No puedes regresar.
Volvió a agarrar su brazo y Lydia no tuvo otra opción que correr. Cruzaron el puente, bajaron otro tramo de escaleras y pasaron por la rampa de embarque, para salir finalmente del barco. Sin embargo, él no se detuvo y continuó corriendo entre la multitud de gente que había en el muelle. Sin aliento, Lydia hizo lo mejor que pudo para mantenerse a su lado. Cuando finalmente se pararon, los dos cayeron al suelo.
Jadeando, Lydia trató de calmar su corazón que latía con fuerza. Cuando, finalmente, empezó a calmarse, se dio cuenta de que el suelo sobre el que estaba era muy suave. Como una alfombra de felpa. En el momento en el que pensó en eso, movió la cabeza y miró lentamente a su alrededor. Parecía la mansión de un noble, ya que la habitación estaba amueblada de forma exquisita.
-¿…Dónde… estamos?
-A bordo de un barco -contestó el joven de cerca. Todavía estaba tumbado boca arriba sobre el suelo.
Al otro lado de la ventana se podía ver el mar. También se podía ver el muelle. Definitivamente, estaban a bordo de un barco, pero uno completamente diferente al que acababan de abandonar. ¿No se meterían en un lío por entrar en una suite como aquella?
-Eh, un momento…
-Lo siento pero, por favor, déjame descansar. He alcanzado mi límite…
Cerró los ojos e, independientemente de las veces que Lydia le llamase, no hubo respuesta. Sin ninguna otra opción, Lydia se levantó y examinó la habitación. Un amplio salón, tres dormitorios, un estudio, y un baño con ducha.
-Vaya… si incluso existen suites como esta.
No salió de la habitación porque tenía miedo de que alguien de la tripulación la descubriera, y también por la posibilidad de que Huskley y los otros todavía estuvieran buscándolos y les encontrasen.
-Hablando de oler mal.
Era la voz de Nico. Estaba mirando la pintura de la pared, moviendo los bigotes.
-¿Y quién es?
-No lo sé, pero gracias a él no hemos caído en una trampa.
-Supongo. ¿Pero y si es él quien nos la está tendiendo ahora?
Podría ser, pensó Lydia preocupada. Pero no había duda que Huskley también era un personaje sospechoso. De cualquier forma, a Lydia no se le ocurría ningún motivo para que hubiera tantos hombres fornidos, como si fuesen una escolta, en la habitación de un ayudante que trabajaba en la universidad. Ni aunque fueran hermanos era normal.
-Supongo que tendremos que escuchar lo que tiene que decir.
Se sentó en el sofá de cuero y apoyó la espalda contra los cojines de seda. Era tan cómodo que no pudo evitar quedarse dormida.
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