HakuYou – Cap 2 (52-64)

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Comenzamos un nuevo capítulo de Hakushaku to Yousei. Primera parte (esta vez de tres) del capítulo 2.
Antes de nada, en este trozo se revelan las pistas a seguir para encontrar la famosa espada, y en la próxima entrega del Diario de un Doctor de Hadas, se explicará con más detalle qué tipos de criaturas son los que se mencionan. Sí, el Jack-in-the-Green es también una criatura, no un personaje. A diferencia de los silkies (no confundir con selkies, que ya fueron explicados en su momento) que se refiere a un tipo de gallina.

Créditos por la versión inglesa: Kage Dreams
Traducción al español: Alexia
Editor: Khardan 

 

CAPÍTULO 2
サー・ジョンの十字架
(Sir John no Zyujika / La cruz de Sir John)

Durante el siglo XVI, en la corte de la reina Isabel, había un hombre conocido como el Conde Ashenbert. Se decía que era el descendiente del Conde Caballero Azul, que era un aventurero que había viajado por todo el mundo, y entretenía a todos los cortesanos con las historias fantásticas que había vivido.
Uno de sus oyentes recopiló varias de esas historias, así como la de su antepasado -el Conde Caballero Azul- y fueron publicadas en el libro de F. Brown: El Conde Caballero Azul: El viajero de la Tierra de las Hadas.
Lydia lo conocía muy bien.
Después de la muerte de su madre, su padre le leía muchas historias, y esta era una de ellas. Recordaba a su padre diciéndole que era una historia real. Por supuesto, dado que Lydia sabía que las hadas existían, no lo puso en duda.
Las hadas tienen sus propios países y sus propias monarquías, pero Lydia recordaba que había algunos grupos entre ellos que reconocían a un humano como su gobernante. La historia utilizaba al Conde Caballero Azul como tal. Lo más probable es que eso fuera lo que causó que el libro fuese considerado como una obra de ficción sobre hadas. Sin embargo, Lydia encontraba posible todo lo que se decía de esas historias de fantasía. Lo que Edgar había dicho sobre la noble espada también estaba escrito en ellas.
Al final del libro, había una escena en la que el Conde Caballero Azul estaba a punto de marcharse del lado del rey Eduardo I. Decía que regresaba al Reino de las Hadas. Cuando el rey le preguntó si algún día volvería a la corte, él respondió:
-Por supuesto, si su majestad me llama, acudiré. Soy su leal servidor. Sin embargo, el tiempo transcurre de manera diferente entre este mundo y el de las hadas. Aunque solo pase un año allí, aquí pueden haber transcurrido más de cien. Y hay momentos en que uno ha envejecido después de varias décadas transcurridas allí, mientras que aquí solo hayan pasado unos días. Por lo tanto, sea yo o uno de mis descendientes el que regrese a vuestro lado, espero que, por favor, podáis comprenderlo.
Tras escuchar aquello, el rey le entregó al Conde Caballero Azul su propia espada. Y en el nombre de su majestad, el rey Eduardo I, el monarca inglés reconoció al Conde Caballero Azul y le dio la bienvenida a la corte en caso de que alguna vez debiera regresar.
Tiempo después, se dijo que los descendientes del Conde Caballero Azul habían aparecido en la corte real en Inglaterra. Y fue con uno de ellos con el que autor de La leyenda del Conde Caballero Azul -el señor Brown- se había encontrado.
Y ahora, Edgar dice que es su descendiente.
Buscaba la noble espada del rey Eduardo I que demostraría su título de conde. Y el trabajo de Lydia, como doctora de hadas, era encargarse de encontrar esa espada.
-Bueno, eso está bien, ¿no? ¿Por qué no ayudarle?
Nico estaba de un sorprendente buen humor desde la mañana. Le habían servido tortitas y bacon en el desayuno.
-¿No eras tú el que decía ayer que parecía sospechoso?
-Pero si no lo haces, probablemente te quedes sin dinero y tirada en algún lugar desconocido.
Me pregunto si hablaba en serio con esa amenaza.
-Pero, aunque le ayude, no hay garantías de que pueda encontrar la espada.
-Solo haz que te pague por adelantado y sácale todo lo que puedas. Ah, mientras puedas conseguir algo de dinero, siempre podemos preparar una huída -dijo el gato con facilidad. Estaba sentado con una servilleta al cuello, comiéndose descaradamente el bacon con cuchillo y tenedor.
Si iba a pedir dinero, entonces lo justo sería cumplir con su deber; en eso consistía el trabajo, después de todo. Pero Lydia todavía no estaba segura de que Edgar fuera realmente el sucesor de la espada. Pero mientras siguiera allí sin poder irse, como Nico había señalado, sería difícil negarse a ayudar.
-Tengo que escribirle a mi padre.
Lydia cogió papel y sobres del escritorio al lado de la ventana.
Mi querido padre,
Parece que mi llegada a Londres se retrasará un poco. He recibido un encargo en lo referente a las hadas por el Conde Ashenbert. Al parecer, él es el descendiente del Conde Caballero Azul. Aunque no sé si es verdad o no, no parece que me vaya a dejar ir hasta que haga mi trabajo.
Se debatió en si debería escribirle sobre que casi había sido encerrada por el hombre que se hacía llamar Huskley. Sin embargo, parecía que eso solo le preocuparía, así que decidió no hacerlo.
En cualquier caso, por favor, no te preocupes por mí. Cuídate.
Después de firmar con su nombre y sellar la carta, escuchó un golpe en la puerta. Era Edgar. Sonreía alegremente como si le deseara “buenos días”. Su cabello rubio brillaba al sol de la mañana. Tanto es así, que ella no pudo evitar preguntarse, resentida, si Dios no había sido demasiado generoso con él.
-¿Querías algo?
-Estaba pensando que deberíamos planear qué hacer a continuación.
Entró en la habitación como si fuera el dueño del lugar y se sentó en uno de los sofás. Su sirviente extranjero tomó su lugar junto a la puerta y permaneció inmóvil.
Después de haber terminado su comida, Nico se estiró sobre un cojín. Edgar no había llegado a ver a Nico mientras comía.
-Para empezar, échale un vistazo a esto.
Edgar colocó una moneda sobre la mesa. Lydia se sentó frente a él antes de coger la moneda.
-Es una vieja moneda de oro.
-Lleva el escudo de armas del conde. Además, hay algo grabado en ella, ¿ves? Se dice que las hadas lo escribieron en la lengua fae.
-No sé decirte, es muy pequeño.
-¿A pesar de que eres doctora de hadas?
Lydia se molestó un poco.
-¿Sabes? Con una lupa podrías simplemente mirar qué pone. No sé si te crees que, solo porque las hadas estén relacionadas, todo tiene que ser muy misterioso, pero seré capaz de resolver cosas con algo de poder oculto al instante. Sin embargo, te haré saber que las armas de un doctor de hadas son sus conocimientos sobre los fae, y la habilidad de tratar con ellos. No soy una hechicera.
-Entiendo. Y esto es una copia de lo que se puede ver bajo una lupa. ¿Puedes leerlo ahora? -dijo entregándole una hoja de papel.
Lydia frunció el ceño visiblemente. Debería haberme dado esto desde un principio.
Aunque la letra era un poco peculiar, si no te dejabas engañar por las habladurías sobre hadas, era evidente que las palabras estaban en inglés.
-…Está claramente en inglés. ¿Me estás probando?
-No sé lo buena que eres en realidad. La mayoría de la gente no puede ver cosas como fantasmas, hadas, o el futuro. Así que hay a quienes les gusta afirmar que son los únicos conocedores de ese tipo de cosas. Pero tú no estás intentando volver todo misterioso, ni tampoco parece que vayas a decir que soy incapaz de entenderlo, o alguna tontería por el estilo. Saber estas cosas es bueno para los dos, ¿verdad? -le preguntó de un modo informal.
Lydia frunció aún más el entrecejo. Ser tomada tan a la ligera era molesto.
-Eres el descendiente del Conde Caballero Azul, pero eres incapaz de ver a las hadas. Así que dime, mi señor conde, ¿crees que fueron realmente las hadas las que grabaron esta moneda?
-Una persona lo hizo. Por lo menos, no es imposible que una persona pudiera hacer algo así de delicado. Eso no prueba de ninguna manera la existencia de las hadas.
-En otras palabras, básicamente no crees que las hadas existan. Y, sin embargo, crees en la noble espada que se dice que está protegida por hadas, y tienes la intención de tener a una doctora de hadas buscándola, a pesar de que no puedes saber si soy un fraude o no. ¿Es así?
-Con respecto a la espada del Conde Caballero Azul, hay escritos históricos de la misma y no hay nada de misterioso sobre ella. El problema es dónde está escondida. Las palabras, que indican el lugar de su escondite, mencionan nombres de hadas. Lydia, dijiste que las armas de un doctor de hadas son su conocimiento sobre las hadas y su habilidad para tratar con ellas. Quiero ese conocimiento. No necesito ninguna habilidad extraña. Todo lo que necesito es ser capaz de entender el significado que hay tras esas palabras grabadas. ¿Hiere tu orgullo que buscara la ayuda de una doctora de hadas para hacerlo, a pesar de mi incredulidad en los fae?
Edgar le dirigió una mirada desafiante, lo que provocó que Lydia sintiera deseos de hacerle admitir que sí que existían. Los vínculos entre los humanos y las hadas eran tan profundos que no se podían entender simplemente a través del conocimiento.
-Edgar, a no ser que seas más abierto y busques más de mí que mi sabiduría, no serás capaz de encontrar la espada.
-Encantadora. Bueno, para empezar lee esto.
Lydia tomó aire antes de coger el trozo de papel.
-Jack-in-the-Green de la cuna de los spunkies. Bailar a la luz de la luna con los pixies. Pasar la cruz de los silkies. El phouka es un laberinto… ¿Qué es esto?
-Eso es lo que quiero saber.
Los nombres de las hadas se continuaban de la misma forma. En cualquier caso, Lydia lo leyó hasta el final.
-…la estrella de los merrow a cambio de la estrella. El merrow cantará una elegía… ¿Esto es lo último?
-Con la estrella de los merrow se refiere al zafiro estrellado que adorna la espada.
-Bueno, en ese caso, esta última parte tiene que ver con la espada en sí misma. Me pregunto qué quiere decir esta parte sobre el intercambio de la estrella.
-Yo tampoco tengo ni idea. Está al margen de todo lo demás.
-La primera mitad parece como si fueran pistas sobre dónde está escondida la espada. ¿Qué tierras posees? A menos que vayamos allí, va a ser difícil descubrir nada.
-Tengo terrenos y edificios dispersos por toda Inglaterra.
Edgar extendió un mapa con cruces rojas señalando sus propiedades.
-¿Por dónde se supone que deberíamos empezar?
-Esa es otra cosa que me gustaría saber.
Lydia estaba desconcertada. Iba a llevar mucho tiempo investigar cada zona. Y, sin embargo, este tipo lo resumía todo en una sola línea y le dejaba el resto a ella.
Bueno, era el trabajo para el que había sido contratada.
-Trabajo, ¿eh? -murmuró Lydia.
Parecía que no tenía más remedio que aceptar. Pero, pensando en ello, este era uno de esos casos raros en los que realmente requerían a un doctor de hadas. Dado que ella se quería convertir en una verdadera doctora de hadas, ahora no era el momento de meter la pata. Sintiéndose un poco desesperada, notó que la emoción se apoderaba de ella. Quizás hubiera una pista de por dónde empezar entre aquellas palabras.
Mirando el mapa y el papel, notó una peculiaridad.
-Oh, hay un montón de hadas en Irlanda, ¿verdad?
-Uhm, ¿en serio? Pero no tengo ninguna tierra o propiedades por allí.
-Por no hablar de que “merrow” es la palabra irlandesa para los merfolk (criaturas medio humanas, medio peces). Si esto conduce a la espada, debe estar en algún lugar cerca del mar.
Siguió el litoral cerca de Irlanda. Había una marca en la costa que daba al mar de Irlanda.
-Ah, ¿qué tal aquí? La isla de Mann. Una isla debe tener una o dos leyendas sobre los merfolk.
-En ese caso, empecemos por ahí.
Parecía que iba a desviarse de su camino a Londres.
-Solo para dejar las cosas claras, no tengo intención de trabajar gratis y prefiero cobrar por adelantado.
-Muy bien. ¿Cuánto?
Pensando en ello, nunca había tenido comisiones reales hasta ese momento, así que nunca había tenido que discutir sobre sus honorarios. Solo entonces se dio cuenta de ello. Pero si él lo descubría, se aprovecharía de ella, por lo que Lydia, desesperadamente, mantuvo una cara de póquer. Si decía una cifra muy baja, probablemente la miraría con suficiencia. Lydia alzó la mano osadamente delante de Edgar con los cinco dedos extendidos.
-Raven.
Edgar no hizo ningún comentario sobre su gesto y llamó a su sirviente. Este no esperó a las órdenes de Edgar y salió de la habitación. Enseguida volvió llevando una bandeja de ébano con un cheque en ella.
Edgar lo firmó delante de Lydia y esta casi hizo un sonido de sorpresa cuando vio el cheque que le entregaba.
-¿Así está bien?
Pensaba que cincuenta libras era una cantidad bastante desorbitada, pero ¿quinientas?
Al recibir todo ese dinero tan fácilmente, se sentía demasiado avergonzada para aclarar las confusión de la cantidad.
-Tenemos un trato, pues. Cuento contigo.
Mientras Edgar se ponía en pie, Raven se dirigió a Lydia por primera vez.
-Señorita, ¿debería llevar su carta al correo?
Al parecer, había notado el sobre en el escritorio. En circunstancias normales, Lydia hubiera pensado que era un sirviente muy observador, pero inmediatamente sintió el peligro en el aire.
Raven se había dado cuenta de que Lydia estaba tratando de contactar con alguien de fuera, y había atraído deliberadamente la atención de Edgar.
-Está bien, lo haré yo misma -replicó nerviosa.
Notó que Edgar miraba la carta fijamente.
-¿A quién le escribes?
-…A mi padre. Tengo que hacerle saber que llegaré tarde. ¿Hay algún problema?
-No puedo permitir que nuestros movimientos sean descubiertos por otros. Huskley y los demás se nos adelantarían.
-Solo le estoy diciendo que llegaré más tarde de lo esperado.
-Incluso eso dejará claro que me estás ayudando. Mira, Lydia, al haber hecho un trato conmigo, ahora soy tu patrón. Así que no solo te necesito cerca para que guardes mis secretos, sino también que hagas lo que te diga.
Mientras hablaba suavemente, había una fuerza decidida en su tono que no admitía que le discutieran. Estaba acostumbrado a conseguir que la gente hiciera lo que quería. Su mirada tranquila, el tono claro de su voz, su postura recta… todas eran cualidades intrínsecas de la nobleza, y daban la impresión de que sus palabras eran absolutas. A pesar de sentir un atisbo de rebeldía, Lydia solo pudo quedarse en silencio.
-Siento pedir tanto. Pero Lydia, te conviene no causarme ningún problema.
Al escuchar su tono suave, la idea de que pudiera lanzarla por la borda, si ella mandaba en secreto la carta, pasó brevemente por su mente. Era tan suave y, aún así, aterrador. Era una sensación extraña.
Lydia se dio cuenta de que, en esencia, estaba en la misma situación que cuando había sido atrapada por Huskley y los otros. No podía decir con cuál de los dos era mejor estar. La carta que había escrito a su padre se quedó sobre la mesa, pero no había duda de que Edgar se aseguraría de que no tratara de enviarla en secreto. Y, la verdad, Lydia había perdido el deseo de hacerlo.
El leal sirviente no era un mero empleado; era su brazo derecho, en el que depositaba su confianza. Tal vez incluso un cómplice. Lydia sintió que había visto ese tipo de unión entre ellos. Podía ser que realmente matara a quien le hiciera daño a Edgar.
-Ey, la próxima vez haz el té con leche más caliente. No tengo la lengua sensible de un gato -les dijo Nico a Edgar y Raven mientras dejaban la habitación. Lydia miró hacia Nico, poco segura de que pretendiese hablar repentinamente, pero Edgar no dio muestras de haberlo escuchado. Raven miró hacia atrás ligeramente, pero tal vez decidió que solo estaba imaginando cosas y siguió rápidamente a su señor.
-El descendiente del Conde Caballero Azul, ¿eh? En su mente, no cabe la posibilidad de que los gatos hablen, así que no hay duda de que no ve a las hadas, y tampoco las entendería.
Si ese era el caso, significaba que en último caso estaba ayudando a un farsante. Aunque así fuera, no tenía otra opción. Lydia no podía evitar sentirse impotente, casi como si fuera una prisionera.

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