El cumple de Bra

Bueno, estamos de celebración en el blog, una de las hacedoras cumple años hoy ^_^
¡¡¡Muchas felicidades, Bra!!!
De regalo, un pequeño relato, espero que te guste ^_^

Érase una vez que se era un caballero, de nombre impronunciable, así que a partir de ahora le llamaremos José. Este caballero se dijo:
«Con mi nombre impronunciable partiré, pues desfacer entuertos haré»
Su hermana, una joven de buen ver, le vio partir del castillo al alba. Dónde estuvo esta joven el día anterior no diremos, pues el rubor de sus mejillas indica que demasiada información no sería agradable. O puede que sí, pero este cuento es apto para todos los públicos, así que os quedáis sin saberlo.
En cualquier caso, nuestro José había decidido partir hacia el sol naciente, que le cegaba de manera que no podía saber con qué se iba a encontrar. Ni qué era eso que sonaba como madera rota bajo los cascos de su fuerte caballo. Su armadura prístina refulgía evitando las miradas directas de sus convecinos y arrendatarios. Lo cual le salvó de unas cuantas saetas de aquellos que no querían seguir pagando por su protección. Es difícil apuntar bien cuando aquel al que apuntas brilla y hace que te lloren los ojos.
Después de un rato en el camino, cuando el sol ya no se encontraba justo delante, sino más bien en perpendicular, nuestro caballero se dio cuenta de que ir con armadura era mucho más duro de lo que parecía. Sudaba a mares, de tal manera que temía realmente oxidar la armadura solo con su sudor. Su caballo, antes brioso y animado, empezaba a dar muestras de cansancio, y de asco por su olor. A lo lejos, vio una cabaña de madera, con el techo de paja y una ventana por la que salía el humo de la cocina.
Conforme se acercaba, podía escuchar cada vez gritos más fuertes. De repente, un hombre vestido de negro con una daga en la mano izquierda salió arrastrando a una mujer por la puerta. Nuestro héroe, buen conocedor de la fauna de su época, llego a la errada conclusión de que tal vestimenta era propia de ladrones.
Cuando le vieron acercarse al galope para desfacer el entuerto que había encontrado (ni más ni menos que un ladrón intentando llevarse a una mujer a jugar a las cartas) le miraron asombrados. El hombre fue arrollado por el caballo… y la mujer casi se queda sin pelo del tirón. José, aquel del nombre impronunciable, se apeó del caballo y, levantando su espada, gritó:
─Villano, arrepiéntete y pide perdón a esta dama, pues quiero jugar a las cartas con ella
El hombre, anonadado, no pudo decir nada antes de que la espada cercenara limpiamente, aunque no deberíamos utilizar esa palabra teniendo en cuenta cómo quedó todo el porche manchado de sangre, su cabeza. Entonces nuestro amigo se acercó a la dama en apuros y le aseguró que todas sus cuitas habían acabado. La mujer miró al porche, y de un vistazo ponderó la suciedad que su salvador había desparramado por aquel.
Con total tranquilidad se acercó al caballero, que se había arrodillado y descubierto la cabeza para recibir el primero de los varios regalos y ofrendas que cualquier caballero podía esperar. Se encontró con que la mujer le soltó un buen sopapo, de tal modo que la cabeza se le giró quedándose perfectamente preparada para recibir su justo regalo. La mujer le gritó:
─Ya puedes estar cogiendo una fregona, que la sangre no sale, so cabrón. Y en cuanto acabes, cava un bujero donde echar al tarao ese.
Y ahí dejamos a nuestro buen héroe, recibiendo su justa recompensa.